Los avisos del Señor
Como algunos, hablando del Templo, dijeran que estaba adornado con hermosas piedras y exvotos, dijo: “Vendrán días en que esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo será esto y cuál la señal de que estas cosas comienzan a suceder?”.
Él contestó: “Mirad, no os dejéis engañar, porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: «Yo soy» y «el tiempo se acerca». No los sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero esas cosas, pero el fin no será de inmediato”. Y les decía: “Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino. Habrá grandes temblores de tierra, hambres y pestes en diversos lugares; habrá cosas espantosas y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo esto os echarán mano y os perseguirán entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre.
Esto os servirá para dar testimonio. Grabaos, pues, en vuestros corazones el no preocuparos por lo que habéis de responder, pues Yo os daré tal elocuencia y sabiduría, que no la podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros y seréis odiados por todos a causa de mi nombre, pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas”.
Estamos ya finalizando el ciclo litúrgico y hoy, Jesús, quieres que reflexione, ore contigo un Evangelio un poco difícil, pero con muchos avisos. Nos llamas a una fe perseverante y no sólo de ideas. Hoy nos dices la destrucción de Jerusalén, de su Templo, del fin del mundo, de que todo será destruido… Pero lo que más alegría me da es oír decir de ti: “pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”. ¡Qué llamada a la esperanza! ¡Qué llamada a no entrar en el desánimo, en el terror, en la angustia! ¡Qué llamada a resistir en medio de tantas injusticias, tantas muertes, tantas ocasiones!
Cuántas veces mi débil fe me hace caer y entrar en el desánimo y a veces abandonarte, pero Tú me quieres cambiar. Me dices: “El proyecto que Yo tengo contigo no es éste. Tienes que ir contra corriente, aunque tengas que padecer, aunque tengas que tener persecución, aunque tengas que sufrir. Yo soy de otra manera. Nunca desanimarte. ¡Yo soy! ¡Nunca desanimarte!”. Aunque salte pueblo contra pueblo, como nos dices, pero nunca tener esa tristeza porque estamos bajo tu mirada y “ni un solo cabello perecerá”.
Y me dices: “Perseverancia y perseverancia… Con vuestra constancia y con
vuestra perseverancia salvaréis el mundo”. Qué avisos me estás dando, Jesús: fe, alegría, esperanza, fuera el miedo, fuera la tristeza, fuera todo lo que me quite de tu alegría. ¡Dame fuerza para perseverar! Cuántas veces entro en un camino de tristeza porque no recuerdo, no me doy cuenta de que Tú estás conmigo. Una llamada fuerte: “¡No tengáis miedo! Os odiarán… ¡todo! No tengáis miedo. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Yo estoy con vosotros”. “Si yo confío en el Señor, nunca me fallará”, dice la canción.
Jesús, en tus manos pongo mi vida. Dame esa fuerza, dame esa perseverancia, dame esa alegría, dame ese compromiso. Que recuerde siempre que Tú me amas; que me llene de gozo este recuerdo y que olvide todo; que nunca construya mi vida sobre la tristeza y el terror; que sólo me preocupe de amar, de servirte, de llenarme de gozo y de llenarme de fuerza. Confío en tu palabra, me abandono a ti, me lleno de fe y te pido que Tú me des fuerza en este proyecto que Tú tienes conmigo. Y que persevere… ¡que persevere! Esta es la clave de mi vida, porque de esta perseverancia nacerá en mí la confianza y la fe.
Y que nunca, nunca los que confían perecerán. “En ti he puesto mi confianza y nunca jamás seré confundido”, dice el Salmo.
Madre mía de la Esperanza, de la Alegría y de la Fe, dame la fortaleza, dame la rectitud, dame la entereza de perseverar siempre en el amor, en el amor de un Padre que me ama y de un Padre que me quiere. Me quedo contigo oyendo estos avisos.
Los avisos de Jesús son los mejores avisos que puedo recibir hoy.
Gracias, Jesús. Gracias, Madre mía, y… ¡que así sea!
FRANCISCA SIERRA GÓMEZ