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Quiero ser un payaso!!

Hoy he meditado mucho sobre la risa, decía Mohamed: “Todo aquél que hace reír a los demás, bien merece tener un lugar en el Cielo”. Y no hay mejor imagen para describir la belleza de la risa que la de ¡Un payaso!

Quien no ha asitido a un circo, de los que ya casi no hay, en donde la risa de lo sencillo, en la naturalidad de lo inocente, se daban con un gesto, con un movimiento, con un ropaje… Y no solamente se reían los niños. Y no eran chistes, ¡eran historias!  ¡El payaso! La expresión del humor en el sentido de lo franco, de la alegría a los otros, ¡y a sí mismo¡, por el hecho de estar, por el hecho de la Emanación ¡de ÉL! ¡El payaso! Se maquilla lentamente en su camerino, con una seriedad casi ritual. Ha hecho muchas veces esos gags, pero… algo está pasando… El ropaje está listo, el presentador en su sitio ¡y aparece el payaso, los payasos! Su sola aparición ya incita a la sonrisa. ¿A quién le gustaría ser un payaso? Tan en desuso que sirve como un elemento despectivo: “¡Eres un payaso!”, como negándose a sí mismo la risa; como desacreditando la alegría de la propia Creación al ver gestada: “…Y dijo Dios Yahvéh… y se hizo y vió que era bueno”, expresión de alegría, expresión de gozo…¡Un payaso!, que cuando vuelve de su función está triste. ¡Se ha acabado la función!, el circo cierra. Era él, ¡él!, cuando estaba en el payaso, al dejarlo, siente tristeza.

– “¡Payaso! Ésa es la Fe que profeso, ¡que pro fe so!: la de gratificarme en la vida, y gratificar la vida a los otros.” El Eterno no creó al hombre rígido, al hombre duro, al violento… a el organizado, a el previsor… para que luego todos ellos se profesionalizaran y se olvidaran del payaso, del círculo del circo, de la carpa… y de todos los que constituían ese otro nivel de mundo: La ilusión, la fantasía, el mago… ¡Ah, el mago!

– “Pero, ¿había algún circo que no tuviera payasos?”

– “¡No!”

– “¿Qué fue primero? ¿el circo o el payaso?”

¡Ay, si cada cual tuviera subyacente a esa imagen del payaso!

¡Ay, si cada cual latiera con el gesto de su corazón, ¡¡como hace el payaso!! ¡Qué diferente! ¡Qué distinto sería todo! Tres músculos son suficientes para reír, más de veinte son necesarios para el rostro adusto y serio. Hasta la economía de la forma se constituye en un payaso.  Es la opción de la inocencia del adulto. Es la vía de descubrir y descubrir-se en una alegría de vivir. ¡Ay!, ¡qué lejos se está en esta humanidad de esa posición! Nunca se estuvo cerca, pero… se aleja de ella, se separa.  ¡El payaso! Con sus ojos grandes, su nariz redonda, sus labios rojos, sus zapatos gigantes… Toda una entrega a el desconcierto, a la imprevisibilidad; todo un interés curioso por hacerse en la sonrisa! ¡El payaso! Mantenerse en esa posición de niño, ¡que aún tiene capacidad para creer, para imaginar, y para creer-se-lo todo! Mientras que empieza a crecer el adulto y su creencia disminuye… disminuye… disminuye… disminuye ¡hasta prácticamente desaparecer! También se dijo: “Y no entrará en el Reino aquél que no sea como” . ¡El payaso! Tiene sorpresas de forma permanente; tiene la risa capaz de hacer fructífero lo más simple y cotidiano. No tiene vergüenza, ¡no le da vergüenza! Se expresa en lo que es, utilizando sólo aquello que es ¡evidente!  ¡El payaso! ¿Quién querría ser, ahora, payaso?  ¡Muy pocos!, ¡poquísimos! Hacer el payaso es otra cosa. SER PAYASO es diferente. El que hace el payaso ridiculiza al que ES payaso. Le tiene envidia, ¡no soporta su alegría ni su transmisión de ella! ¡Ése hace el payaso! ¡El payaso no hace el ridículo! ¡No! Es ese extraño instante en el que se puede estar moviendo simplemente el zapato y levantando la cabeza hacia arriba ¡y ya está! Las manos en los bolsillos ¡y ya está la sonrisa! ¡No, no hace el ridículo! Es pícaro. Sí, es pícaro para despertar del letargo a aquello que no quiere expresarse, para incitar a ¡el juego!

¡Ah, el juego!, ¡el juego! ¿Cómo está el juego hoy?: ¡Una expresión más de una guerra declarada! Los estadios con verjas, policías, cámaras ocultas… ¡El juego! Ya el hombre hasta se ha negado la capacidad de jugar.  ¡El payaso!, ¿quién lo iba a pensar?: ¡La pro-fe-sión del hombre!, la que más otorga la disposición de la propia Creación: un juego misterioso de confluencias, armonías… e imprevisibles sucesos.

¡El payaso!, que con sólo adoptar la postura de decir: “Yo no he sido… Yo no he sido… Yo no he sido…!” es suficiente para… que con sólo cruzar los dedos y moverlos en un sentido y en otro y expresar con la boca que está silbando, ya… nos incita a reír. Aromas de Eterno tiene el payaso, frescura de vida… ¡Pro-fe-sión, sí! Y en base a ella, se puede edificar cualquier cosa. Porque su servicio está en pos de la felicidad de todo su entorno. ¡El payaso! El gran ecologista humano, que preserva el grito espontáneo, el gesto audaz. Y cualquier… cualquier situación se hace un divertido juego, ¡no importa cuál sea ésta!

¡El payaso!, ¡El payaso… hace sonreír a Dios!  Sin duda, ¡la profesión humana! Es bella pero hoy quiero dedicar este post a todos los que hemos perdido el sentido del humor re-comencemos a ser aquellos que ríe eternamente, por eso no se desanima.

 

 

 

Oración del payaso

Señor:

Soy un trasto, pero te quiero,

te quiero terriblemente, locamente, que es

la única manera que tengo yo de amar,

porque, ¡sólo soy un payaso!

Ya hace años que salí de tus manos,

pronto, quizá, llegará el día en que

volveré a Ti…

Mi alforja está vacía, mis flores

mustias y descoloridas

sólo mi corazón está intacto…

Me espanta mi pobreza,

pero me consuela tu ternura.

Estoy ante Ti como un

cantarillo roto, pero con mi

mismo barro puedes hacer

otro a tu gusto…

Señor:

¿Qué te diré cuando me pidas

cuentas? Te diré que mi vida,

humanamente, ha sido

un fallo, que he volado

muy bajo.

 

Señor:

Acepta la ofrenda de este atardecer…

Mi vida, como una flauta, está llena

de agujeros…

pero tómala en tus manos divinas.

Que tu música pase

a través de mí y llegue

hasta mis hermanos

los hombres, que sea

para ellos ritmo y melodía

que acompañe su caminar,

alegría sencilla

de sus pasos cansados.. ( Ulibarri)

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Nuestra vida cambia, cuando reconocemos nuestros errores!

Creo que reconocer nuestros errores nos cuesta para no parecer débiles y que nos equivocamos, porque de no ser porque los demás están ahí para juzgarnos, creo que sería más fácil. Además el hecho que reconozcamos nuestros errores nos deja al descubierto para que constantemete se nos esté recordando la falta y además usarla ante otras situaciones para decirnos » víste otra vez te equivocaste, reconocelo «

Creo que es más fácil, reconocer errores y que los demás no usen esto en contra nuestro. Lo mismo hacemos nostros con los demás ya pocos asumimos que uno es los demás de los demás.

Sí uno tuviera la actitud cuando alguien comete un error de ayudarle a pararse y decirle que le entendemos porque todos estamos sujetos al error y que Dios nos va moledando para mejorar estas cosas, sería más fácil y así esto mismo fuera aplicado para cuando nostros erramos.

Sin duda pienso que los errores para asumirlos, depende también del los demás, porque muchas veces estamos concientes del error y quisieramos reconocerlo publicamente, pero al hacer eso… las consecuencias son terribles, porque nos esperan con un bolso de piedras para lanzarnos. El hijo pródigo fue aquel que pidió a su padre su herencia en vida y malgastó toda su fortuna haciendo lo contrario en lo que fue educado, sólo reaccionó, solo volvió en sí cuando reflexionó sobre su situación. El hijo pródigo fue un desastre pero fue humilde. Supo que su vida la convirtió en un estercolero humano, pero tuvo la honradez de no excusarse, de llamar a las cosas por su nombre. Por eso su padre pudo pronto perdonarle. Tú y yo, posiblemente, no pensemos que estamos como el hijo pródigo, pero en verdad, muchas veces estamos mucho peor, porque es ese empeño en no reconocer nuestros errores, nuestras miserias y nuestros pecados lo que nos conduce a flirtear con la Tibieza. El principal ingrediente para reconocer un error es la humildad. Bien es verdad que fue el hambre, la vergüenza y la lamentable situación en la que se encontraba, lo que le llevó al arrepentimiento y al deseo de volver a su padre, pero es también muy cierto que no buscó excusarse, no reaccionó con la soberbia del desaprensivo que piensa que su situación es culpa del otro y no de uno mismo. Con humildad nos vamos a convencer que cuando pensemos que tenemos toda la razón es que no tenemos razón ninguna. Ante el más mínimo alejamiento que nos separe de ese Dios que se desvela por nosotros, hemos de reconocer inmediatamente nuestro error, cual hijo pródigo, para volver de inmediato a su casa. Respondiendo con humildad y generosidad, el alma se volverá a llenar de paz. Y esta sensación la tendremos aplicando estos criterios desde abajo, en nuestra relación con nuestros hermanos, con todos los que nos rodean. ¿O es que no has sentido esa paz cuando has reconocido un error?, el reconocer los errores propios abre un montón de puertas que son la clave del éxito y la felicidad eterna. Si tú no te has interesado en ayudar desinteresadamente a los demás no puedes ir por la vida pretendiendo que eres una gran y buena persona. Reconocer tus errores es saber quién eres, con tus virtudes y tus defectos y sin pretender esconder tus defectos o ocultarlos pareciendo que eres un ejemplo a seguir, porque así solo te engañas a ti mismo y tu vida se degrada aún más. Y en cualquier persona de la calle vas a ver este comportamiento. De hecho, solo por la forma de actuar puedes ver si una persona reconoce sus errores o no, y se nota por su expresión, porque se les ve más tranquilos, calmados y seguros, son personas que realmente viven su propia vida sin necesidad de meterse en la de los demás y estar condenados a una vida vacía. Son personas que critican todo, sus amigos, amigas, la subida de impuestos… pese a ser unas personas que lo único que hacen para progesar es salir los viernes noche a tomar una caña con los amigos y hablar de temas puramente superficiales que no llevan a nada. Una cosa es divertirse y la otra tener una vida dónde ni tú mismo sabes hacia dónde vas y todo por no ser capaz de admitir un error. Cuando una persona se te cuela y tu le avisas, como reacciona esa persona te dirá mucho como es, aunque la forma de colarse también lo dice. El reconocer tus errores aunque parezca mentira es el primer paso para una vida completa, júzgate, júzgate positivamente e intenta mejorar, analiza tu parte de culpa en las situaciones y trátate a ti mismo como tratarías a los demás, en este punto probablemente muchos veáis que si hacéis eso os váis a tratar bastante mal, si este es el caso, entonces debéis cambiar vuestra forma de tratar a los demás.

Que pasa cuando reconocemos nuestros errores y los buenos del otro.

Aquí la cosa cambia, todo es distinto, comienza una vida más sincera contigo mismo y los demás, más feliz, aprendes a desenvolverte bien con el éxito y a disfrutar en él, en unos pocos años comienzas a disfrutar de una vida más verdadera, humilde y sincera, y tú te preguntarás: ¿Y todo eso por reconocer mis errores? Si, ese es el increíble efecto. (Fray. Nelson Op)

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Santa Rosa de Lima

Nació en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó ya a una vida de piedad y de virtud, y, cuando vistió el hábito de la tercera Orden de santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Murió el día 24 de agosto del año 1617. Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva. Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos. En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie. Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos. Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia. Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones. Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la comprendían. El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Rosa luchó contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor. Extraordinarias pruebas y gracias. Dios concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto que su alma se veía sumida en la más profunda desolación spiritual. El demonio la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales.  Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor». Dios la llamó a Sí el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro. El Papa Clemente X la canonizó en 1671. Aunque no todos pueden imitar algunas de sus prácticas ascéticas, ciertamente nos reta a todos a entregarnos con mas pasión al amado, Jesucristo.  Es esa pasión de amor la que nos debe mover a vivir nuestra santidad abrazando nuestra vocación con todo el corazón, ya sea en el mundo, en el desierto o en el claustro.

De los escritos de santa Rosa de Lima.

El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad:

«¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al

colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!» Oídas estas palabras, me sobrevino un impetu pode roso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma.» Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: «¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quearía de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres.»

 (Butler, Vida de los Santos.)

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¡OH ETERNA VERDAD, VERDADERA CARIDAD Y CARA ETERNIDAD!

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella.

La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme.

Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.» Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas. ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.

 Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

OREMOS: Renueva, Señor, en tu Iglesia aquel espíritu que, con tanta abundancia, otorgaste al obispo san Agustín, para que también nosotros tengamos sed de ti, única fuente de la verdadera sabiduría, y en ti, único manantial del verdadero amor, encuentre descanso nuestro corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.  Amén

(Tomado de la liturgia de las horas)