Para los pueblos de España, la fiesta de hoy es importante: Santiago es su Patrono principal.
Un patrono es un santo que consideramos cercano por algún motivo, al que por sus características especiales tomamos como ejemplo de vida evangélica, y confiamos que interceda por nosotros. El nuestro es un apóstol y, además, uno de los tres más cercanos que acompañaban a Jesús en momentos tan importantes como la Transfiguración y la crisis del Huerto.
Santiago el Mayor era hermano de Juan, ambos hijos del Zebedeo, pescadores de Betsaida, como Pedro y Andrés. Estos datos del Nuevo Testamento son más ciertos y sólidos que los que luego añadió la tradición: que Santiago predicó la fe en España (la Hispania de entonces), y que, después de su muerte, su cuerpo fue llevado hasta la región de Galicia, en la parte más occidental de Europa.
Es muy antigua la tradición que afirma que su cuerpo está enterrado en Santiago de Compostela. Esta ciudad se convirtió, durante la Edad Media, en un lugar famoso de peregrinación para toda Europa, como Roma y Jerusalén.
Cada vez que la fecha del 25 de julio cae en domingo, por una bula antiquísima que el papa Alejandro III, en 1181, concedió a Compostela, se celebra el Año Santo Jacobeo, en el que se multiplican las peregrinaciones al sepulcro del Apóstol.
Donde celebramos la fiesta de Santiago con categoría de solemnidad, leemos las tres lecturas. Donde sólo sea fiesta, pueden hacer la opción, en los años impares, de la primera (los Hechos), y en los pares, de la segunda (Corintios).
- Hechos 4,33; 5,12.27-33; 12,1-2: «Hizo decapitar a Santiago» Muy pronto supo la primera comunidad lo que iban a ser las dificultades, la persecución y el martirio. Las autoridades religiosas les prohibían hablar de Jesús, aunque no consiguieron hacerles callar: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor».
El rey Herodes Agripa I (nieto de Herodes el Grande), seguramente para congraciarse con los judíos, «hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan», como nos ha anunciado escuetamente el pasaje de los Hechos. Era la Pascua del año 44.
Las oraciones de hoy recogen esta característica de nuestro patrono: Dios «consagró los primeros trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago» (colecta), «el primer apóstol que participó en el cáliz redentor de Cristo» (ofrendas), «testigo predilecto, el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del Señor» (prefacio).
- 2 Corintios 4,7-15: «Llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús» La misión de un apóstol es muy noble: anunciar a todos la gracia del Señor y llevarlos a la fe. Pero este «tesoro» lo lleva «en vasijas de barro», frágiles, débiles.
Pablo sabe mucho de eso: apreturas, acosos, golpes. Sabe lo que es «llevar en el cuerpo la muerte de Jesús», aunque está plenamente confiado en que «también la vida de Jesús se manifestará en su cuerpo». Si, a pesar de todos los obstáculos, sigue fiel a su misión de apóstol, es porque tiene una fe inquebrantable en Cristo: «Creí, por eso hablé».
Una buena página para la fiesta de Santiago, el primero de los apóstoles que dio testimonio de Cristo con su propia sangre.
- Mateo 20,20-28: «Mi cáliz lo beberéis» En el evangelio no se ocultan algunos rasgos no demasiado favorables a Santiago. Como su hermano Juan, aparece en la escena de hoy ambicioso, buscando grandeza y poder. La petición la pone Mateo en labios de su madre, Salomé, pero no andarían lejos ellos, para irritación de los demás apóstoles, que también hubieran querido pedir lo mismo.
En el Oficio de Lectura, se nos propone una homilía de san Juan Crisóstomo sobre los dos hermanos y su destino de sintonía con Cristo en el camino de la cruz.
- a) Quienes nos alegramos de tener a Santiago como patrono debemos aprender de él a dar valiente testimonio de Cristo en medio de una sociedad secularizada y preocupada por otros valores. A él las autoridades no le dejaban hablar del Resucitado, pero «obedeció antes a Dios que a los hombres» y siguió anunciándole hasta la muerte.
La sociedad de la que formamos parte no está precisamente muy predispuesta a la fe cristiana y a los valores del evangelio. Incluso puede ejercer una más o menos solapada persecución sobre los seguidores de Jesús. ¿Cómo reaccionamos ante esta pérdida de fe y ante estas dificultades? ¿Nos dejamos intimidar por el mundo o, de verdad, «obedecemos antes a Dios que a los hombres»? El ejemplo de Santiago nos invita a ser fieles a Cristo y a difundir esta fe en torno nuestro. Que sea cierto cuanto pedimos en la Misa para los pueblos de los que Santiago es patrono: «Que por su martirio sea fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo» (oración colecta), y que «con su guía y patrocinio se conserve la fe en España y en los pueblos hermanos, y se dilate por toda la tierra» (prefacio).
Hemos de estar dispuestos a dar este testimonio incluso cuando de por medio hay, como nos ha anunciado Pablo, humillaciones, sufrimientos, persecuciones y hasta la muerte. Igual que Santiago, que se dejó conquistar por Cristo y, luego, fue su testigo con todas las consecuencias.
- b) Debemos aprender otra lección de Santiago: su maduración espiritual hasta llegar al estilo de humildad servicial que le enseñó Jesús. Los discípulos del Maestro no están en la comunidad o en la sociedad «para ser servidos», sino «para servir», y deben ser los últimos, los servidores de los demás, si quieren, de verdad, ser primeros.
Por temperamento, Santiago era más bien impetuoso. Cuando un pueblo de Samaría no los quiso acoger, él y su hermano querían hacer bajar fuego del cielo sobre aquella región, y Jesús les tuvo que calmar. Eran, en verdad, «los hijos del trueno» (Boanerges: cf. Me 3,17). En el evangelio hemos visto en él otro defecto: la ambición, el deseo de ocupar los primeros lugares.
¿Qué actitudes antievangélicas deberemos nosotros corregir para ir adquiriendo la mentalidad y el estilo de vida de Cristo Jesús? ¿Somos violentos como «los hijos del trueno», o ambiciosos, o interesados? Este proceso de maduración es la mejor «peregrinación» y «camino» que podemos emprender los patrocinados por Santiago. Como él tuvo que dejar atrás las miras de prestigio y de poder, para pasar a una actitud de servicio y testimonio, también nosotros debemos ir madurando en nuestro seguimiento de Cristo.
En el prefacio nos alegramos de que «tu apóstol alienta a los que peregrinan para que lleguen finalmente a ti»