Publicado en AMOR, Comunicación, CONFIANZA, CORAZÓN, DIOS, DOMINGO, ESPERANZA, EVANGELIO, TERNURA, TRISTEZA, VIDA

«La paz esté con vosotros»

San Lucas 24,35-48
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo». Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?». Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.
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Comentario del Evangelio por : Pablo VI, papa de l963_l978 Alocución del 9 de abril l975
Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces repetido por Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos reunidos en la sala alta, por miedo a los judíos. En aquella época, este saludo era habitual, pero en las circunstancias en que fue pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os acordáis de las palabras: «Paz a vosotros». Un saludo que resonaba en Navidad: «Paz en la tierra» (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa efectiva del reino mesiánico. Pero ahora es comunicado como una realidad que toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente: la paz de Cristo victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y remotas de los efectos terribles y desconocidos de la muerte.
Jesús resucitado anuncia pues, y funda la paz en el alma descarriada de sus discípulos. Es la paz del Señor, entendida en su significación primera, personal, interior, … aquella que Pablo enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos (Gal 5,22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?…
La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, incluso en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la esperanza…en los momentos en que la desesperación parece vencernos…. Es el primer don del resucitado, el sacramento de un perdón que resucita.

 

 

 

 

 

 

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«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?» (Lc 24,32)

San Lucas 24,13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
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Comentario del Evangelio por : Cardenal John Henry Newman (1802_1890)
Hermanos, reflexionemos sobre lo que significaban las apariciones de Jesús a sus discípulos después de su resurrección. Tienen tanto más importancia cuanto que nos muestran que una comunión de este género con Cristo sigue siendo posible. Este contacto con Cristo nos es posible también hoy. En el período de los cuarenta días que siguieron a la resurrección, Jesús inauguró su nueva relación con la Iglesia, su relación actual con nosotros, la forma de presencia que ha querido manifestar y asegurar.
Después de su resurrección ¿cómo se hizo Cristo presente a la Iglesia? Iba y venía libremente, nada se oponía a su venida, ni siquiera las puertas cerradas. Pero una vez presente, los discípulos no eran capaces de reconocer su presencia. Los discípulos de Emaús no tenían conciencia de su presencia hasta después, recordando la influencia que él había ejercido sobre ellos: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?»
Observemos bien en qué momento se les abrieron los ojos: en la fracción del pan. Esto es lo que le evangelio nos dice. Aunque uno reciba la gracia de darse cuenta de la presencia de Cristo, se le reconoce sólo más tarde. Es sólo por la fe que uno puede reconocer su presencia. En lugar de su presencia sensible, nos deja el memorial de su redención. Se hace presente en el sacramento. ¿Cuándo se ha manifestado? Cuando, para decirlo de alguna manera, hace pasar a los suyos de una visión sin verdadero conocimiento a un auténtico conocimiento en lo invisible de la fe.
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He visto al Señor !!

San Juan 20,11-18
En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabia que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.»» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
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El que sondea las entrañas y el corazón (Sl 7,10), sabiendo que María reconocería su voz, como verdadero pastor llama a su cordero (Jn 10,4) diciendo: «¡María!». Y ella dice enseguida: «Sí, ciertamente es mi pastor el que me llama para contarme desde ahora entre las noventa y nueve ovejas (Lc 15,4). Veo legiones de santos, ejércitos de justos… siguiéndole a él. Sé muy bien que es él el que me llama; yo ya lo había dicho, es mi Señor, es él el que ofrece la resurrección a los hombres caídos».
Llevada por el fervor del amor, la joven mujer quiere agarrarle a él, a él que llena toda la creación… Pero el Creador… la levantó hacia el mundo divino diciéndole: «No me toques; ¿me tomarías por un simple mortal? Soy Dios, no me toques… Levanta tus ojos a lo alto y contempla el mundo celeste; es allí donde me debes buscar. Porque yo subo a mi Padre, a quien no he dejado. Siempre he estado al mismo tiempo con él, comparto su trono, recibo el mismo honor, yo que ofrezco a los hombres caídos la resurrección.
«Que tu lengua, desde ahora, proclame estas cosas y las explique a los hijos del Reino que están esperando que me despierte, yo, el Viviente. Date prisa, María, reúne a mis discípulos. En ti tengo una trompeta de potente voz; haz sonar un canto de paz en los oídos temerosos de mis amigos escondidos, despiértales como de un sueño, para que vengan a encontrarme. Vete y di: ‘el esposo se ha desvelado, saliendo del sepulcro. Apóstoles, quitaos de encima la tristeza mortal, porque se ha levantado, aquel que ofrece a los hombres caídos la resurrección’»…
María exclama: «De repente mi luto se ha cambiado en danza, todo se ha convertido en gozo y alegría. No dudo en decirlo: he recibido la misma gloria que Moisés (Ex 33,18s). He visto, sí, he visto, no sobre el monte, sino en el sepulcro, velado no por la nube, sino por un cuerpo, al señor de los seres inmortales y de las nubes, su señor de ayer, de ahora y para siempre. Me ha dicho: ‘¡Date prisa, María! Como una paloma llevando un ramo de olivo, ve a anunciar la buena nueva a los descendientes de Noé (Gn 8,11). Diles que la muerte ha sido destruida y que él ha resucitado, aquel que ofrece a los hombres caídos la resurrección’».
San Romanos el Melódico (?-hacia 560), compositor de himnos
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«Alegraos.»

Evangelio: San Mateo 28,8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos.» Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.»
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
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El Resucitado es el que nos repite también a nosotros, al igual que lo hizo con estas mujeres que permanecieron al lado de Jesús durante la Pasión, que no tengamos miedo al recibir el mensaje del anuncio de su resurrección. El que se encuentra con Jesús resucitado y dócilmente se pone a seguirle, no tiene nada que temer. Este es el mensaje que los cristianos son llamados a difundir hasta los extremos de la tierra. La fe cristiana, como sabemos, no nace por acoger una doctrina sino del encuentro con una persona: Cristo muerto y resucitado. En nuestra existencia cotidiana hay numerosas ocasiones para comunicar a los otros nuestra fe de una manera simple y convencida, de tal manera que es posible que su fe nazca del encuentro con nosotros.