Publicado en AMOR, CONFIANZA, CORAZÓN, DIOS, ESPERANZA, SOLEDAD, TERNURA, TRISTEZA, VIDA

Los latidos del Corazón de Dios!!

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No es el hombre lo que parece, sino que esconde en sí
un pozo, del que pueden brotar aguas vivas.
(Como aquel de la Samaritana, un pozo profundo).
No es el hombre lo que parece, sino que contiene un abismo
interior, abismo que llama al abismo.
Es su corazón profundo, lugar sellado donde el hombre
puede encontrarse con su Creador
y vivir en comunión con Él.
Espacio secreto del que el hombre es portador sin saberlo,
la mayoría de las veces,
y que está hecho para Dios.
Hay que desenterrarlo, excavarlo, hacerlo emerger
de las profundidades de la psicología.
Allí donde se escucha al Padre pronunciar su
Única Palabra en un silencio eterno: su Verbo de Luz.
En el ruido del oleaje psíquico no oirás nunca
este suave murmullo –fuérzate al silencio.
Callar: reunir tus fuerzas vivas en dirección
del Objeto Amado, en cuya Luz verás la Luz
(y a ti mismo en ella).
Silencio de todo proyecto personal de auto-realización,
abandono en manos de Otro–,
el Único que tiene un verdadero Proyecto
desde antes de la creación del mundo.
Dale, dale todos tus ruidos, reposa en Él.
Escucha los latidos del Corazón de tu Dios,
en un encuentro entre dos silencios que se buscan.
Desciende, desciende a tu propio corazón,
no temas alejarte de los hombres, tus hermanos,
es allí donde los encontrarás en verdad.
En este lugar sagrado podrás vivir, y morir,
y resucitar.
Podrás escuchar el gemido universal de todos los seres
que elevan al Creador un himno de silencio.
Una contemplativa.
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Imitar la paciencia del Señor!!

Evangelio según San Mateo 13,47-53.
Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
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   Nuestro Señor ha sido un modelo incomparable de paciencia: ha soportado hasta su pasión a un «demonio» entre sus discípulos (Jn 6, 70). Ha dicho: «Dejadlos crecer juntos hasta la siega, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo» (Mt 13, 29). Para ser una figura de la Iglesia ha predicho que la red arrastraría hasta la orilla, es decir, hasta el fin del mundo, toda clase de peces, buenos y malos. Ha hecho conocer de muchas otras maneras, ya sea hablando abiertamente, ya sea en parábolas, que los buenos y los malos se mezclarían. Y, sin embargo, es necesario vigilar sobre la disciplina de la Iglesia, cuando dice: «Estad atentos; si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano» (Mt 18,15)…
Pero hoy en día vemos que hay hombres que sólo toman en consideración los preceptos rigurosos, que mandan reprimir a los perturbadores, de «no dar lo santo a los perros» (Mt 7, 6), de tratar como publicano a aquel que menosprecia a la Iglesia (Mt 18,17), de arrancar del cuerpo a los miembros escandalosos (Mt 5,30). Su celo intempestivo, desorienta a la Iglesia, de manera que quisieran arrancar la cizaña antes de tiempo, y su ceguera les convierte a ellos mismos en enemigos de la unidad de Jesucristo…
Vigilemos de no dejar entrar en nuestro corazón esos presuntuosos pensamientos, de querer apartarnos de los pecadores para no ensuciarnos con su contacto, de querer formar como un rebaño de discípulos puros y santos; bajo el pretexto de no juntarnos con los malos, no haríamos otra cosa que romper la unidad. Sin bien al contrario, acordémonos de las parábolas de la Escritura, de sus inspiradas palabras, de sus impresionantes ejemplos, en los cuales se nos enseña que, en la Iglesia, los malos estarán siempre mezclados con los buenos hasta el fin del mundo y el día del juicio, sin que su participación en los sacramentos sea dañina para los buenos, dado que éstos no habrán tenido parte en sus pecados.
San Agustín
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Errores Comunes en el Matrimonio, (Parte I)

Vamos a mencionar algunos de los errores más comunes en el matrimonio:
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Primer Error: Confundir el amor con el sexo. El sexo es un medio de expresar amor, del que se sirve la pareja; pero no es el único medio. Ayuda a la complementación, a la identificación y está dirigido a la procreación. Es sólo una parte del amor. El amor supera al sexo. El amor es entrega, donación, identificación, compartir ideales y metas; es perdonarse y comprenderse. El amor es mucho más que el sexo. Se piensa que el sexo es la única manera de expresar el amor y no es cierto. El sexo es parte del matrimonio. Dentro de él es santo, fuera del matrimonio es pecado. Si la pareja tiene problemas en este aspecto, deben consultar a un médico, a un psicólogo, a un consejero matrimonial o a un sacerdote. Nunca se debe pensar que si hay problemas en el sexo, ya se acabó el amor.
Segundo Error: Querer hacer a la otra persona a la medida de uno. Somos seres irrepetibles, únicos y nadie puede hacer al otro a su propia medida. Se empobrece y se atropella la dignidad del cónyuge cuando se quiere que éste piense, actúe y haga todo lo que él hace.
En el matrimonio la complementación es una de las grandes riquezas e implica diversidad. Gracias a que somos diferentes, la pareja puede complementarse. Hay que respetar y promover el desarrollo integral en su cónyuge. Cada uno debe descubrir que el otro es diferente y que tiene valores y cualidades increíbles. Pero cuando se quiere hacer al otro igual en todo, se pierde la riqueza de esa identificación.
Tercer Error: No saber perdonar. Para perdonar hay que amar mucho, hay que comprender mucho, hay que saber que la otra persona no es un Dios, es un simple ser humano, que puede cometer fallos. Existen personas casadas que se guardan resentimientos durante 10, 15, 20 años y cuando están discutiendo, sacan a relucir aquello que sucedió hace mucho tiempo. Esto es muy triste, pues no se han perdonado y hay que saber perdonar para poder convivir como seres humanos. Si no perdonamos, definitivamente, es que no amamos en plenitud. Lógicamente para perdonar hay que estar muy cerca de Dios. Con el amor de Dios, usted puede hacerlo; sin el amor de Dios es imposible.
Dentro de este mismo punto de no saber perdonar, hay otro error y es el de no saber pedir perdón. Para pedir perdón hay que ser humildes. De hecho, existe mucha soberbia y orgullo en los matrimonios y en muchas personas que no quieren reconocer que han cometido un error. Saben que hicieron daño, pero no se han despojado de su orgullo y su soberbia. Hay que aprender a pedir perdón cuando se ha fallado.
Este tercer error de no saber pedir perdón es muy común. Si éste es su caso, en este Mensaje al Corazón queremos decirle: Ya es tiempo de cambiar. Aprenda a perdonar. Perdonar implica olvidar y olvidar es enterrar el pasado y seguir adelante. Sepa que no hay reconciliación sin perdón, que la brecha se hace más grande cuando definitivamente no se perdona. Aprenda a perdonar y a pedir perdón.
Cuarto Error: No saber dialogar. ¡Rompa ese silencio sepulcral! En muchas casas hay auténticas tumbas; tumbas que conviven juntas, que se sientan a comer y no se comunican, no dialogan y cuando hablan es a gritos. ¡Qué tristeza! ¡Esto es terrible! Hay que dialogar y para eso, hay que ser muy sinceros y aprender a escucharse. Así, en la medida en que se comunican y saben escucharse, se van identificando el uno con el otro; se van haciendo en verdad una sola carne. Si éste es su caso, vamos a romper esta terrible barrera que se ha formado en su matrimonio. Aprenda a comunicarse, a decir las cosas con auténtica sinceridad, con delicadeza, con amor.
Usted puede cambiar, usted puede ser mejor en este aspecto. Tal vez estamos salvando su matrimonio, su relación familiar; estamos salvándolo a usted si aprende a dialogar más, a convivir más, a amarse más. Y no se olvide que con el Señor todo lo podemos, PORQUE CON ÉL, ¡SOMOS INVENCIBLES!
Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
Sitio web: Un mensaje al corazón
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“Va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo”

Evangelio según San Mateo 13,44-46.
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
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“La pobreza hace al hombre humilde”, dice la Escritura y Cristo empieza sus Bienaventuranzas por ésta: “Dichosos los pobres en el espíritu”… ¿Queréis conocer el elogio de la humildad? Jesucristo la abrazó él mismo, él que “no tenía dónde reclinar su cabeza”….Pablo, su apóstol decía: “nos consideran pobres pero enriquecemos a muchos.” y Pedro dice: “No tengo oro ni plata…” No hay, pues, que considerar la pobreza como un deshonor, ya que, comparados con la virtud, todos los bienes de este mundo no son más que paja y polvo. ¡Amemos, pues, la pobreza si queremos poseer el reino de los cielos! “Lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo.”…
Nadie es más rico que aquellos que abrazan la pobreza voluntariamente y la aman con gozo. Son más ricos que un emperador. Los reyes temen perder lo que les es necesario, mientras que a los pobres, de los que hablamos aquí, no les falta de nada. No temen nada. Os pregunto, pues, de los dos ¿quién es más rico, el que teme constantemente perder sus riquezas o el que goza de lo poco como si estuviera nadando en abundancia?… El dinero hace al hombre esclavo, “ciega los ojos del sabio”, dice la Escritura… Compartid vuestros bienes con los pobres y llegará el día en que comprenderéis está feliz parábola: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.”
San Juan Crisóstomo.