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Viva su presente!!

¿Se ha dado cuenta usted de la cantidad de veces que ha desperdiciado sus «momentos presentes» por estar en el pasado o por tener su mente en otro lado, en otro lugar? Son estos «momentos presentes» los alimentos del alma que fortalecen nuestro ser y nos ubican en la realidad.

La torpeza de vivir estancados en el pasado, rumiando nuestros antiguos fracasos, cultivando nuestros viejos rencores o hundiéndonos en nuestros venenosos complejos de culpa, nos roba algo grande y maravilloso: VIVIR EL PRESENTE. Y es en el presente donde está la savia de la vida, la oportunidad de enriquecernos realmente, de crecer integralmente. Esta allí la puerta que el Señor nos abre para respirar el aire puro de la verdad, la belleza, el amor, la felicidad. En esos «momentos presentes», cuando estamos en contacto con la familia, con los amigos, con el trabajo honrado, con las tareas nobles, con la naturaleza, con la presencia de Dios, es cuando podemos vivir plenamente la existencia. Quedarnos allá en el pasado, conviviendo con los fantasmas de las desgracias sucedidas, es desperdiciar la felicidad y es envolvernos en la tiniebla de lo que ya no está; pero que es trágicamente recreado por nuestra mente enferma. ¡Y cuánta gente hay así, presa de sus infortunios pasados enredándose en la telaraña absorbente de sus miserias idas! ¡Cuánta gente que no se perdonan o que están hiriendo continuamente a otros por cosas miserables sucedidas, de las que ya no se puede hacer nada para cambiarlas!

¡Y qué decir de los que están presos en el futuro; de los eternamente preocupados; de los siempre temerosos; de los que están fabricando en sus mentes alteradas acontecimientos atroces, sucesos negativos, cosas terribles que sucederán! Esos que tienen su mirada puesta en el futuro incierto. Los que pierden «momentos presentes» maravillosos, que podrían darles mucha paz y plenitud, tranquilizar su ánimo nervioso y hacerlos ver lo hermoso que es vivir. Esos que están obsesionados con el futuro, que están esperando la visita – tarde o temprano – del ladrón de la felicidad y de la seguridad; del monstruo que los tragará. Que están siempre visualizando en la esquina de la vida – allá cuando menos lo piensen – el ataque, el asalto feroz de lo trágico, de lo desgraciado, de lo tenebroso. Esos no están viviendo; están enfermos. Se están consumiendo en la preocupación obsesiva que mina su salud mental y física. Se están perdiendo el presente.

Por esto, a unos y a otros les decimos: ¡Viva su «momento presente»! Sumérjase con gusto, con pasión, en la realidad presente: el lado de la vida con sus rostros de niños inocentes, amigos leales, misiones importantes, trabajo cotidiano, oración sencilla, meditación, soledad, diversión, buen humor, momentos de tristeza, de dolor, de incertidumbre, de amor. Viva todo esto. Abra un espacio grande en su alma, lo más grande posible, para vivir el presente. Verá que la vida se le hace nueva, joven, siempre sorpresiva, agradable, placentera. Jesús nos dice: «Cada día tiene su afán». Y en otro texto le anuncia a Zaqueo: «Hoy quiero hospedarme en tu casa». Hoy, sí, hoy. Hoy y ahora es el momento para el encuentro con Él y con la vida. Y no se olvide, con Cristo Jesús, usted podrá vencer los fantasmas del pasado y los monstruos del futuro, porque ¡CON ÉL, USTED ES INVENCIBLE!

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.

 

 

 

 

 

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Sábado Santo -UTILIDAD DEL DESCENDIMIENTO DE CRISTO A LOS INFIERNOS-

 

Cuatro lecciones podemos sacar para nuestra instrucción del descendimiento de Cristo a los infiernos:

  • Una firme esperanza en Dios. Porque cualquiera que sea la aflicción que le atormente, debe esperar siempre la ayuda de Dios y confiar en él. Porque nada hay más cruel que estar en el infierno. Ahora bien, si Cristo libró a los que estaban en el infierno, mucho más debe confiar el que es amigo de Dios, que será librado por él de cualquier angustia. Ésta (la sabiduría) no desamparó al justo vendido, más le libró de pecadores, y descendió con él al hoyo; y en las prisiones no le desamparó (Sab 10, 13, 14) Y porque Dios ayuda de manera especial a sus siervos, debe estar muy seguro el que sirve a Dios. El que teme al Señor de nada temblará, ni tendrá pavor; porque el mismo es su esperanza (Eclo 34, 16).

Debemos concebir temor y desechar la presunción. Porque si Cristo padeció por los pecadores y bajó a los infiernos, no libró, sin embargo, a todos, sino únicamente a los que estaban sin pecado mortal; pero dejó allí a los que habían muerto en pecado mortal. Por consiguiente, ninguno que baje allí con pecado mortal, espere perdón; sino que estará en el infierno el tiempo que los santos Padres estarán en el paraíso, o sea, eternamente.

  • Debemos ser solícitos. Porque Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, y nosotros debemos preocuparnos por bajar allá frecuentemente, meditando en las penas, como hacía el santo profeta Ezequías: Yo dije: En el medio de mis días iré a las puertas del infierno (Is 38, 10) Porque el que en vida desciende frecuentemente allí por la meditación, no desciende fácilmente en la muerte; pues esa consideración le preserva del pecado y le aparta de él. Vemos que los hombres de este mundo se guardan de obrar mal por temor a la pena temporal; ¿con cuánta mayor razón deben evitar las acciones malas por temor a las del infierno, que son mayores por la duración, la acerbidad y el número? Por eso se dice en el Eclesiástico: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás (7, 40).

De este hecho nos viene un ejemplo de amor. Cristo bajó a los infiernos para librar a los suyos; y, por consiguiente, también nosotros debemos bajar allá para socorrer a los nuestros.  Pues ellos nada pueden y debemos, por lo tanto, socorrer a los que están en el purgatorio, Sería demasiado duro el que no socorriese a una persona querida que estuviese en la cárcel, pero mucho más duro es el que no socorre al amigo que está en el purgatorio, ya que no existe comparación alguna entre las penas del mundo y aquellas otras. Apiadaos de mí (Job 19, 21).

De tres maneras se las puede socorrer: por medio de misas, oraciones y limosnas. Esto no es extraño, porque también en este mundo puede un amigo satisfacer por su amigo.

Meditación entresacada de las obras de Santo Tomás de Aquino

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Domingo de Ramos!!

UTILIDAD EJEMPLAR DE LA PASIÓN DE CRISTO

La Pasión de Cristo es suficiente para informar totalmente nuestra vida. Pues quien desea vivir con perfección, no debe hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz, y desear lo que Cristo deseó.

Ningún ejemplo de virtud está ausente de la cruz.

Si buscas el ejemplo de la caridad, ninguno tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos (Jn 15, 13), y esto lo hizo Cristo en la cruz. Por consiguiente, si dio su alma por nosotros, no debe sernos pesado soportar por amor a él cualquier mal. ¿Qué retornaré al Señor por todas las cosas que me ha dado? (Sal 105, 12). Si buscas ejemplo de paciencia, se encuentra excelentísimo en la cruz.

Pues la paciencia es grande en dos cosas: o cuando se sufren pacientemente grandes males, o cuando se los soporta, y pudiéndoselos evitar, no se los evita. Mas Cristo sufrió grandes males en la cruz. Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12) Lo sufrió pacientemente, porque padeciendo no amenazaba (1 Ped 2, 23) Como oveja será llevado al matadero, y como cordero delante del que lo trasquila enmudecerá (Is 53, 7). Asimismo, pudo evitarlos y no los evitó: ¿Por ventura piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará ahora mismo más de doce legiones de ángeles? (Mt 26, 53) Por lo tanto, la paciencia de Cristo en la cruz fue máxima. Corramos con paciencia a la batalla, que nos está propuesta, poniendo los ojos en el autor y consumidor de la fe, Jesús, el cual habiéndole sido propuesto gozo, sufrió cruz, menospreciando la deshonra (Hebr 12, 1-2)

Si buscas ejemplo de humildad, mira al crucificado; porque Dios quiso ser juzgado y morir bajo Poncio Pilato, cumpliéndose lo que dice el libro de Job (36, 17): Tu causa ha sido juzgada como la de un impío. Verdaderamente como la de un impío, por aquello de condenémosle a la muerte más infame (Sab 2, 20). El Señor quiso morir por el siervo, y él, que es la vida de los ángeles, quiso morir por los hombres.

Si buscas ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente hasta la muerte (Filip 2, 8) Porque como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron hechos pecadores; así también serán muchos hechos justos por la obediencia de uno solo (Rom 5, 19)

Si buscas ejemplo del desprecio de lo terreno, sigue al que es Rey de reyes y Señor de los que dominan, en el cual están los tesoros de la sabiduría; y, sin embargo, aparece en la cruz, desnudo, burlado, escupido, herido, coronado de espinas, abrevado con hiel y vinagre, y muerto. Falsamente, pues, te dejas impresionar por los vestidos y las riquezas: Se repartieron mis vestiduras (Sal 21, 19); falsamente te seducen los honores, porque yo he sufrido escarnios y azotes; falsamente te inquietan las dignidades, pues: Tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza (Mt 27, 29); falsamente te conmueven las delicias, porque en mi sed me dieron a beber: vinagre (Sal 68, 22)

Meditación entresacada de las obras de Santo Tomás de Aquino

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19º Domingo del Tiempo Ordinario

¡Señor, sálvame, que me hundo!

Seguimos a Jesús y hoy le vemos que después de la escena de la multiplicación de los panes y los peces, se retira a orar y ve cómo sus discípulos sufren una aventura en el mar y Él les salva. El protagonista va a ser Pedro.

Escuchemos con cariño la escena de Mateo 14,22-33:

Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar.

Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

Mt 14,22-33

Querido amigo, después de ver la multiplicación de los panes y los peces, Mateo nos sitúa a Jesús que quiere despedir a la gente y retirarse solo, necesita descansar, necesita hablar con su Padre y pasa la noche solo en oración. Es una necesidad vital para Él. Toda su acción, todo nace de una íntima relación con su Padre. No es que rece, necesita hablar, oír —la frecuencia de la oración— para actuar, para ponerse en servicio de los demás. Y ocurre una escena, bonita, que nos ayuda a ti y a mí a tener fe. 

Él ha vivido una jornada llena de emociones y se adentra a encontrarse con su Padre y les dice a los discípulos que se adentren en el mar y ahí ocurre una lucha contra el viento, contra la oscuridad. Los discípulos están asustados, tienen miedo, pero Jesús se les acerca caminando. Pedro duda y tiene miedo: “¡Que me hundo!”, y le gritó: “¡Señor, sálvanos!”. Y Jesús se acerca, como siempre. “Señor, le dice Pedro, si eres Tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Con todo cariño Jesús le dice: “Ven, Pedro”. Y Pedro bajó de la barca y se echó a andar, pero cuando se dio cuenta de la fuerza del viento volvió a tener miedo, se empezó a hundir y volvió a gritar: “¡Señor, sálvame!”. Jesús le tiende la mano: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. El viento se calmó y todos decían: “Realmente es el Hijo de Dios”. 

Este es Jesús: en nuestras dudas, en nuestras dificultades, en nuestros miedos, en nuestras tormentas, tenemos que gritarle: “¡Señor, sálvanos!”. Muchas veces tenemos el interior alborotado, tenemos muchas turbulencias y necesitamos que nos dé la mano para que desaparezcan las dudas. ¡Cómo tenemos hoy, querido amigo, que pedirle perdón por tantas dudas, por tanta poca fe, por las tormentas que sufrimos y no pedimos ayuda, por las preocupaciones que tenemos y no pedimos ayuda! Nos pasa como a Pedro: cuando sentimos su mano, cuando sentimos que nos dice: “Ánimo, soy Yo, no tengas miedo”, nos llenamos de fuerza, empezamos a caminar sobre la misma tormenta, pero cuando dejamos de mirar a Jesús, nos hundimos; la fuerza del viento nos hace hundirnos. Pedro fracasa porque pierde de vista a Jesús. 

Querido amigo, fiarnos de Jesús, con todo riesgo, y atrevernos a andar sobre el agua de la vida. Correremos peligros, pero el Señor nos salva. Es la imagen de un Dios que entra en nuestra barca y que nos quita todas las preocupaciones.

Hoy se nos invita a no tener miedo, a creer, a fiarnos de Él, a seguir su camino, a proclamar. Si confiamos en Él, no nos hundiremos nunca en las dificultades.

Tampoco el apóstol Pedro se hundió en las aguas, pero Jesús le dio la mano.

“Mándame ir a ti… ¡mándame ir a ti!”. 

¡Qué texto tan bonito y cómo nos llena de alegría y de fe! Tenemos miedo a todo: interno[s], externo[s]… Los externos y los internos nos paralizan, nos dificultan, pero necesitamos la presencia de Jesús. Miedo a las dificultades, miedo a la sociedad, al ambiente que nos rodea, al futuro, a la libertad… “¡No tengáis miedo!”. “¡Hombres de poca fe!”. “¡Qué poca fe has tenido!”. Entremos en oración, querido amigo, y cuando tengamos el fantasma del miedo le digamos: Tú, Jesús, eres mi todo. Tú entra en mi barca, entra en mi nave, y cuando esté sacudida por las olas, agárrame. Tú serás mi camino y podré andar por encima porque Tú estás conmigo. En las noches, en las soledades quiero fiarme de ti; en el mundo que me rodea quiero fiarme de ti. Tendré que oír más de una vez: “¡Qué poca fe!”. Y cómo le duele a Jesús esto, que yo no tenga fe, una fe superficial, una fe de rutina, una fe de plegarias, pero dudo, todo me muestra desconfianza. “¡Hombre de poca fe!

¡Qué poca fe!”.

Querido amigo, recojamos las palabras de Jesús a ti y a mí que nos dice: “¡Ánimo, soy Yo, no tengas miedo, ven, que no te hundes!”. Y yo le tendré que gritar: “¡Señor, sálvame, que soy un pobre pecador! ¡Señor, sálvame, que soy un pobre pecador!”. Y oiré: “¿Por qué dudas?”. Me dejaré agarrar de tu mano y oiré: “¡Qué poca fe!”. Gracias, Jesús, por este encuentro, gracias por tu palabra, gracias por dirigir mi historia, por ir Tú delante, por estar en mi barca. Entro en una oración de agradecimiento, de perdón y de petición. 

Querido amigo, oigamos estas palabras con fuerza: “¡Ánimo, soy Yo, no tengas miedo!”. “Ven, Pedro”. “¡Señor, sálvame!”. “Qué poca fe…”. “¿Por qué has dudado?”. Metámonos en la barca de Jesús, de su corazón y agarrados a su mano, vivamos nuestra historia con paz y con alegría.

¡Que así sea, mi querido amigo!

FRANCISCA SIERRA GÓMEZ