¿No se venden acaso cinco pajaritos por dos monedas?
Y, sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.
En cuanto a ustedes, hasta los cabellos
de su cabeza están contados.
No teman, pues, ustedes valen más que muchos pajarillos.
(Lc 12, 6-7)
Cada uno tiene su importancia, su valor. Cada cual quiere ser considerado por lo que vale. ¡Cuánto nos duele cuando nos atropellan! Algo adentro nos dice que somos importantes. Eso de ser “imagen y semejanza de Dios” impone cierto protocolo. ¿Cómo nos “cotiza” Dios? Todo lo que hace Dios es bueno: lo hace por gusto y con una infinita habilidad. Sus cosas le salen bien. Las pifias que encontramos en nosotros no son de Él. Son el resultado de nuestra intervención, de nuestro actuar.
Entre tantas criaturas, todas buenas, que Dios hace, Él hace la diferencia. No confunde nunca una cosa con un ser humano. A sus ojos tenemos más precio que los pajaritos. Ser amigos de los animales, está bien. Pero mejor ser superamigos de los humanos.
Hay una corriente de ideas que confunde todo en un gran TODO: tú, la rana, el pino, Dios…Según eso compartiríamos por igual la misma vida. Esa nos es exactamente la idea de Dios. Si Dios nos distingue, debemos asumir nuestra condición y nuestra responsabilidad en este mundo.
En esto debemos reconocer nuestro lugar delante de Dios y respetarlo. Dios no es el copiloto de nadie, ni su socio. A Dios no lo tenemos para nuestros encargos. Él es EL SEÑOR. Por otra parte admitamos que en este mundo tenemos más responsabilidad que una rana. Debemos asumirlo.
Además si Dios valora al hombre, mal haremos al despreciarlo. Aprovecharse de alguien indefenso, engañar a otro y dañar su reputación es despreciar al hombre. También lo es abusar de su buena voluntad, no brindar una ayuda, ser ingrato, ofensivo, prepotente.
El respeto a los demás es una actitud profunda, no circunstancial. Cualquier atropello, daño o desprecio a una persona, aun la más humilde, molesta a Dios.
Oración Salmo 8
¡Oh Señor, nuestro Dios,
qué glorioso es tu Nombre
por la tierra!
Tu gloria por encima de los cielos
es cantada por labios infantiles.
Al ver tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que fijaste,
¿quién es el hombre,
para que te acuerdes de él,
el hijo de Adán,
para que de él cuides?
Apenas inferior a un dios lo hiciste,
coronándolo de gloria y grandeza;
le entregaste las obras de tus manos,
bajo sus pies has puesto cuanto existe:
ovejas y bueyes todos juntos
como también las fieras salvajes,
aves del cielo y peces del mar
que andan por las sendas de los mares.
¡Oh Señor, nuestro Dios,
qué glorioso tu Nombre por la tierra!
Padre Guido Blanchette B., O.M.I.