Hoy nos reunimos para celebrar la fiesta y la gran solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. En esta celebración vemos resumida toda la vida de Jesús: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso. Pero también nos dice que permanece con nosotros en los sacramentos y nos deja su Evangelio. Hoy nos va a recordar tres cosas muy importantes: la misión, la promesa y la confianza de que Él está siempre, siempre con nosotros. Escuchemos con atención el Evangelio que nos hace san Mateo en el capítulo 28, versículo 16 al 20:
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Lc 1,26-38.
Querido amigo, después de resucitar Jesús, de estar con sus discípulos, de darles tranquilidad, de darles fuerza, de insuflarles su Espíritu, asciende al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Pero sus discípulos no se quedan solos, no van a permanecer huérfanos, más adelante serán bautizados con su Espíritu Santo y les dará fuerza para predicar la buena noticia, el Reino, hasta los confines del mundo. Es más, les dice que no les abandonará, que nunca estarán solos, que todos los días hasta el fin del mundo estará Él. Hoy, en este texto, se nos recuerda la gran misión que inició Jesús y que quiere que continuemos, quiere que organicemos, que trabajemos por otro tipo de mundo más humano, más cercano, más evangelizado, más llenos de Dios, pero siempre mirando al cielo porque sabemos que Él nunca, nunca nos va a fallar.
San Mateo nos ofrece al final de la vida de Jesús este lugar significativo, Galilea, donde el Señor había comenzado su misión, en un monte, donde siempre se había congregado y allí, para finalizar su misión, reúne a sus discípulos, aunque ya muchos estarían dispersados por la Pasión y por la muerte de Jesús, pero quiere fortalecer su fe vacilante y desconcertada y cuando están allí, les deja la misión, la promesa, el testigo: “Id por el mundo y proclamad todo lo que Yo os he enseñado, consagrando a todos los hombres y bautizándoles”. Esta es la misión, querido amigo, que a ti y a mí nos encomienda Jesús y que se nos presenta con exigencia, con una exigencia de vivir una fe sólida y fuerte en nuestra vida de cristianos. Tenemos que aceptar la misión que Él nos da: Jesús nos envía al mundo, al mundo donde trabajamos, al mundo donde vivimos, pero no nos retira del mundo, viene Él con nosotros, pero siempre mirando al cielo.
Querido amigo, esta solemnidad de la Ascensión del Señor es un recuerdo gozoso que nos encomienda el Señor: testimoniarle donde estemos. La fiesta del compromiso, la fiesta de la esperanza. Un compromiso de hacer presente a Jesús en nuestra vida, que sea la solución de nuestro entendimiento difícil de lo que nos sobrepasa, que seamos pequeños radios de acción donde estamos en el entorno de cada día, que vivamos con ojos y corazón la espera de Jesús. Esta es la misión y el compromiso de hoy.
¡Cuántas veces tenemos que pedirle al Señor perdón porque no somos ágiles en la misión! Pero le damos gracias porque Él va con nosotros, Él está siempre a nuestro lado, Él quiere que le veamos, que estemos con Él siempre. Y verle en la Transfiguración y verle en la Ascensión. Somos hombres humanos con mirada de cielo. Que no impidamos a nadie llegar a esta vida con nuestro testimonio y que seamos esa bienaventuranza feliz por donde vayamos porque anunciamos el Reino. Cómo hoy dice el salmo: “Portones, ¡alzad los dinteles!, ¡que se alcen las antiguas compuertas! ¡Va a entrar el Rey de la gloria, ese es el Rey del Universo!”. Y en la tierra Tú te quedas para quitarnos nuestras dudas y llenarnos de alegría, quitarnos nuestras tristezas y quitarnos todo lo que nos preocupa. ¡Aclamemos hoy al Señor que sube! Pero tengamos la confianza de que Él está siempre con nosotros. Unámonos al salmo de hoy: “¡Pueblos todos, batid palmas! Aclamad a Dios con gritos de júbilo, porque Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas. ¡Tocad para Dios, tocad! ¡Tocad para nuestro Rey, tocad!”.
Con gozo, con alegría, entramos en este encuentro y sentimos el compromiso y el deseo de Jesús hoy para que lo vivamos profundamente. Él nos da todo el poder y nos dice: “Id y haced discípulos míos”. Vamos a pedir a la Virgen que nos dé esa fuerza, la Madre de la Esperanza, la Madre de la fuerza, la Madre de la misión. Con ella nos unimos con gozo y… “hombres de Galilea, varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?”. La vida en la tierra, pero los ojos y el corazón en el cielo…
Querido amigo, disfrutemos de esta fiesta y pensemos y reflexionemos en el compromiso de Jesús para poderlo glorificar y para poder ser testigos, como Él quiere, en todos los lugares del mundo donde trabajemos y estemos.
¡Que así sea, querido amigo!
FRANCISCA SIERRA GÓMEZ