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AUNQUE NO SEAS ARTISTA…

Aunque no escribas libros, eres el escritor de tu vida. Aunque no seas Miguel Angel, puedes hacer de tu vida una obra maestra. Aunque no entiendas de cine, ni de cámaras, tu existencia puede transformarse en un film primoroso con Dios de productor. Aunque cantes desafinado, tu existencia puede ser una linda canción, que cualquier afamado compositor envidiaría. Aunque no entiendas de música, tu vida puede ser una magnífica sinfonía que los clásicos respetarían. Aunque no hayas estudiado en una escuela de comunicaciones tu vida puede transformarse en un reportaje modelo. Aunque no tengas gran cultura puedes cultivar la sabiduría de la caridad.

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Aunque tu trabajo sea humilde, puedes convertir tu día en oración. Aunque tangas cuarenta, cincuenta, sesenta o setenta años, puedes ser joven de espíritu. Aunque las arrugas ya marquen tu rostro, vale más tu belleza interior. Aunque tus pies sangren en los tropiezos y piedras del camino, tu rostro puede sonreír. Aunque tus manos conserven las cicatrices de los problemas y de las incomprensiones, tus labios pueden agradecer. Aunque las lágrimas amargas recorran tu rostro, tienes un corazón para amar. Aunque no lo comprendas, en el cielo tienes reservado un lugar… Todo, Todo… depende de tu confianza en Dios y de tu empeño en SER digno hijo suyo.
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Rosa es nuestra hermana del cielo!!!

Algo que debemos entender de la vida de santa Rosa es que, a pesar de sus  grandes penitencias voluntarias, ofrecidas con amor, era una mujer feliz. Ella podría  haber dicho como santa Teresa de Jesús: O sufrir o morir. ¿Por qué? Porque el sufrir  con amor o amar sufriendo, es la mejor manera de amar, es el amor elevado a la  máxima potencia. Ella quería sufrir y amar para poder así demostrar su amor en  plenitud a su esposo Jesús y, de esta manera, obtener inmensas bendiciones para todos. Ya hemos observado cómo, incluso en vida, obtenía gracias extraordinarias de  Dios, como la salud para muchos enfermos, la solución de problemas o la liberación del  peligro de los piratas que pensaron asaltar Lima. Algo importante en su vida fueron las imágenes sagradas. Quería mucho a la  Virgen y la honraba en sus imágenes, especialmente en la imagen de Nuestra Señora  del Rosario de la iglesia de Santo Domingo. Ella nos habla de cómo veía cambiar su  rostro, cuando la Virgen estaba alegre o triste. Igualmente, amaba tanto al niño Jesús que tenía en su casa una imagen hermosa a quien llamaba el doctorcito y que era su  médico celestial para ella y para los demás. La imagen del santo Rostro de Jesús sudó milagrosamente en su presencia. Y le gustaba adornar estas imágenes con ramilletes de flores naturales o artificiales, que ella misma hacía, o con joyas prestadas para que salieran hermosas en las procesiones.
Pero no olvidemos que el centro de su vida era Jesús sacramentado. El día que comulgaba era de gran fiesta para ella, y sentía tal suavidad y alegría que no podía  comer hasta la noche y, a veces, ni eso. ¡Cuántas veces veía al niño Jesús que se le aparecía en medio de sus labores y en medio de sus éxtasis para alegrarle el corazón! También recordemos que amaba mucho a su ángel custodio, a quien veía algunas veces y a quien le cantaba hermosas canciones para demostrarle su cariño. Todas estas experiencias de Rosa alientan y confirman nuestra fe. No son cuentos para niños, pues ella misma las atestigua y podemos creerle, porque la Iglesia la ha canonizado y todos los que la conocieron sabían que nunca mentía. Y, porque los numerosos milagros, que Dios ha realizado por su intercesión, demuestran que su vida fue una vida de amor y santidad.
Rosa es nuestra hermana del cielo y quiere ayudarnos en nuestro caminar por la vida. Pidámosle ayuda. En 1881, durante la guerra del Perú con Chile, Lima se salvó del saqueo por intercesión de santa Rosa. El 15 de enero de ese año entraron en Lima las tropas chilenas pacíficamente y en ella permanecieron hasta 1884. Dios se sirvió del  contralmirante francés Abel Bergasse Du Petit Thouars, jefe de la escuadra neutral concentrada en el Callao, para poder negociar la rendición pacífica con el general chileno Baquedano.
Así como Rosa salvó a Lima de los piratas y del saqueo, puede seguir  salvándonos a nosotros en la medida en que la invoquemos con fe. Ella es peruana y  americana. Ella es hermana de todos; y a todos, sin distinción de razas o lugares, quiere  ayudar en su camino hacia Dios.
Ángel Peña O.A.R.
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San Agustín…!!

imagesNos dice san Posidio en la biografía de san Agustín: Comunicaba  a los demás  lo que recibía del cielo  con su estudio y oración, enseñando a presentes y ausentes con su palabra y escritos. Enseñaba y  predicaba,  privada  y pública- mente, en  casa   y  en  la iglesia  la  palabra  de  salvación eterna contra las herejías de África,  combatiéndolas con libros  o con improvisadas conferencias, siendo  esto causa de  inmensa alegría  y  admiración para  los  católicos. Nombrado  obispo   predicaba  la  palabra   de  salvación con  más entusiasmo, fervor y autoridad, no sólo en una región,  sino  dondequiera que  le rogasen;  acudía  pronta y alegremente, con  provecho y crecimiento de la Iglesia de Dios,  dispuesto siempre para dar razón a los que se la pedían de su fe y esperanza en Dios.
San Agustín fue un celoso pastor que quería la salvación de  todos  sus  feligreses y  a  todos  quería apartarlos del pecado   y  del  error.  Y  decía:   No  quiero  salvarme  sin  vosotros. Pero en su apostolado, para fortalecer la fe de los católicos y convertir a los extraviados por el error, distinguía muy bien  entre  la persona y el error. Decía: Ama  al pecador, no por ser pecador, sino por ser hombre.
Y en cuanto a por  qué  permite Dios el mal  en el mundo, él nos dice: Dios no permitiría los males, si no sacara más  bienes  de los mismos males. Al final,  qué  alegría y bendición poder llegar a la verdad en la fe católica como el mismo  Agustín, que decía: Sólo sé que me iba muy mal lejos de Ti y que toda  la abundancia que no es mi Dios,  es indigencia. Somos caminantes y peregrinos en esta vida. Vamos hacia la patria celestial. Peregrinamos, suspiramos, gemimos, pero nos llegan cartas de nuestra patria y os las leemos. Se refiere a los mensajes de Dios  escritos  en  las  Escrituras.  Y sigue diciendo: Aquí  somos inquilinos, en el cielo  seremos moradores. ¡Qué  inmensa será  aquella felicidad donde  no habrá mal  alguno, donde no faltará ningún bien,  donde toda ocupación será  alabar a Dios,  que será  todo para todos!.
Allí viviremos con una  felicidad total,  porque tendremos a Dios, ya que la felicidad completa consiste en esto: gozar de Ti, para Ti y por Ti. Esta es la felicidad, ni más ni menos. Y todos  los que  piensan que  la  felicidad  es otra  cosa,  es claro que el tipo de felicidad que andan buscando es otro y no la felicidad auténtica.
Señor, Tú eres mi Dios,  por Ti suspiro día y noche. Ven  a mí,  Dios  mío.  Mira cómo te amo  y, si es poco,  haz  que  te ame con  más  fuerza. Estrecha es la casa  de mi alma para que vengas a ella, ensánchala. Dios no manda cosas imposibles. Haz  lo que puedas y pide lo que  no puedas. Por  eso digamos al Señor: Dame  lo que me mandas y mándame lo que quieras Recuerda que tú eres un mendigo de Dios  y todo es gracia y regalo de Dios. Sé agradecido. Algún día Él te llevará al cielo. En el cielo tendremos a Dios como espectáculo común, tendremos a Dios como paz común. Él será para todos la paz  plena y perfecta. Allí disfrutaremos de la grandeza de su hermosura. Amémosla  antes de verla para que lleguemos a su visión. Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que será el fin que no tiene  fin. Oh Señor, nos hiciste para Ti y nuestro corazón está insatisfecho hasta que descanse en Ti.
Agustín, después de sentirse defraudado de los maniqueos, cuando el gran maestro maniqueo Fausto no supo responder a sus preguntas, empezó a pensar que los Académicos, que eran escépticos y decían que nadie puede  conocer  la verdad, tenían razón. Desconfió en llegar un día a conocer la verdad y disfrutar de la auténtica felicidad, porque era materialista en sus ideas. He aquí  un  claro  mensaje para los hombres de  nuestro tiempo que buscan sinceramente la verdad. Si son materialistas   y  creen   que  sólo  existe lo  material, están   en  un gravísimo error que  les impedirá llegar a la verdad. Para llegar a ella, Agustín tuvo que desembarazarse de sus ideas  materialistas y  creer  que  existía el  espíritu y  concebir a Dios, no como algo corpóreo, según decían los maniqueos, sino como un ser espiritual. Él les diría a tantos ateos  y materialistas que hay  algo  más de lo que se ve a simple  vista. Que no se dejen engañar por las apariencias. Que Dios es más  grande que  sus  propios pensamientos, que  nadie puede  abarcar su infinitud con su  pequeñísima mente humana. Que  abran  sus  mentes a  las  realidades del  espíritu y  que  no  se  desanimen de encontrar la verdad. Que  no sean  escépticos. Que  sigan buscando.  En una  carta  decía: Me  parece que  hay   que conducir a los  hombres a la esperanza de encontrar la verdad.
Busquemos con  mayor diligencia  en  lugar de perder la esperanza (Conf.  6, 11). Contra los arrianos actuales que no creen en la divinidad de Jesucristo, manifiesta a lo largo de todos sus escritos su gran  amor por Jesucristo y su presencia real en la Eucaristía. Contra  los  pelagianos  actuales  que   creen   que   Dios  no interviene con su gracia en la vida humana, como pueden ser los masones, escépticos, etc., él les habla  que todo es gracia, que  si algo  tenemos es un don  de  Dios, que  debemos  ser agradecidos y que hay que ser humildes para escuchar la voz de Dios en nuestra conciencia y a través de la Escritura. Contra los donatistas violentos y todos  los terroristas dice que hay que ser pacíficos, pero que también hay que acudir a las  autoridades  para que  pongan orden. No se puede consentir impunemente que hagan el mal  y, peor  aún,  si actúan en nombre de Dios, lo que  sería una  profanación del nombre divino.
Y a todos, incluso  a los no creyentes, les invita  a orar a Dios con humildad. Porque la fe es un don de Dios. Y decía: Señor, dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara. Haz  que me acuerde de Ti y te comprenda y te ame. Que me conozca a mí y te conozca a Ti, Para todos  tiene  san Agustín una  palabra de aliento  y una luz en su camino  hacia Dios. Santa Teresa de Jesús fue muy bendecida por Dios con la lectura de las Confesiones, y amaba mucho a san Agustín. Ella dice: En este tiempo me dieron las  Confesiones de san Agustín que parece  el Señor  lo ordenó,  porque  yo no las  procuré, ni nunca las  había visto. Yo soy muy aficionada a san Agustín, porque el monasterio donde estuve  de seglar era de su Orden y también por haber sido él pecador… Como comencé a leer las  Confesiones paréceme me veía  yo allí.  Comencé  a  encomendarme mucho  a este glorioso santo. Cuando llegué a su conversión, no me parece sino que el Señor  me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve un gran rato que toda me deshacía en lágrimas. Un  gran   convertido  actual  por   san  Agustín  es  Gerard Depardieu, famoso actor de cine francés. El año 2005 dejó su carrera cinematográfica para dedicarse a propagar la vida  y obra de san Agustín, a quien considera como su padre  espiritual; y va por muchas iglesias declamando la conversión de san Agustín. Él ha dicho: Mi  propósito es  no sólo leer  las “Confesiones” en  iglesias  católicas.  También iré  a  otros templos, mezquitas,  sinagogas…  Mi  sueño  sería leer  a san  Agustín  delante del  muro  de las Lamentaciones de Jerusalén.
San Agustín se sentirá feliz de ver que muchos pueden ser convertidos, leyendo sus Confesiones. Este era su deseo  al escribirlas. Dice: El relato de mis pecados pasados, si llega a ser conocido, excitará los corazones para que no sigan dormidos en la desesperación, diciendo: “No puedo”, sino  que  se despierte en ellos el amor  por  tu misericordia  y la dulzura de tu gracia; ella fortalece a los débiles, haciendo que tomen conciencia de su propia debilidad.

P.Angel. P. OAR.

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SANTA MÓNICA, MADRE DE SAN AGUSTÍN

Nació Santa Mónica en una ciudad de África el año de 332, de padres cristianos, más distinguidos por su virtud que por la nobleza de su sangre. Dieron á su hija una educación correspondiente; y para criarla con mayor cuidado se la confiaron á una buena vieja, criada tan antigua de la casa, que había conocido en la cuna al padre de nuestra Mónica; y la santa vieja desempeñó esta confianza con el mayor cuidado y con el mayor esmero. Visiblemente se reconocía que iba creciendo con la edad la devoción de la niña; y como tenía mucha advertencia, y una inclinación natural á la virtud, dejaba poco que hacer á su piadosa aya y maestra.
Contaba después la misma Santa Mónica á su hijo, que no obstante las saludables lecciones de aquella virtuosa mujer, que no quería que bebiesen vino las doncellas, ella había cobrado tanta inclinación á él, que sin duda hubiera dado en algún vergonzoso exceso, si no fuera por una criada que un día la llamó borracha; lo que la causó tanta vergüenza, y la hizo abrir tanto los ojos para conocer la torpeza de aquel vicio, que desde el mismo instante hizo propósito de no volver á probar el vino; y que así lo había cumplido hasta entonces. El buen entendimiento y el buen modo de nuestra Mónica, su juicio, su compostura, su modestia y su virtud la hacían cada día más amable y más amada de sus padres; y, viéndola éstos en edad para casarse, contando más con su virtud que con las otras prendas naturales, la dieron por marido á un rico ciudadano de Tagaste, en la provincia de Numidia, llamado Patricio, porque, aunque era todavía gentil, esperaban que la cordura y la virtud de su hija le convertirían á la religión cristiana.
Al entrar Mónica en el nuevo estado, se hizo cargo así de sus obligaciones como de sus trabajos. Su primer cuidado fue estudiar bien el genio, la inclinación y el humor de su marido. Eran las pasiones dominantes de éste, la cólera y una incontinencia desenfrenada; dedicóse Mónica á templar la una con su modestia, apacibilidad y sufrimiento, y á corregir la otra con su amor, paciencia y disimulo. Cuando Patricio estaba más colérico y más arrebatado en aquel ímpetu, jamás le resistía su mujer ni le respondía la menor palabra; prevenía sus gustos y se adelantaba á todo cuanto podía complacerle. Como un día se quejasen confiadamente en presencia de Mónica otras amigas suyas, de su misma edad, de lo mucho que tenían que padecer con sus maridos, les dijo la Santa con tanta dulzura como prudencia: Mirad bien si acaso tenéis vosotras la culpa. Para echar un jarro de agua al fuego de la cólera, y para domesticar el genio feroz y más extravagante de un marido, no hay medio más eficaz que el silencio respetuoso, él modo más humilde y sereno, y la paciencia dulce y constante de una mujer; el rendimiento y la sumisión que debemos á nuestros maridos, no nos permite hacerles frente; el contrato matrimonial es contrato oneroso, que nos impone la obligación de sufrir sus defectos con paciencia. Si vosotras sabéis callar, ahorraréis muchas pesadumbres y muchos sinsabores.
A sus máximas y á sus consejos correspondía su porte. Aunque Patricio era hombre bárbaro, arrebatado y brutal, ella le desarmaba con su paciencia y le ganaba con su dulzura. Siempre atenta á sus obligaciones, no pensaba más que en el gobierno de su casa. Todo el  tiempo se le llevaban sus devociones y el cuidado de su familia, con cuyos medios tuvo el consuelo de ver reinar en una familia, casi toda ella gentil, un espíritu verdaderamente cristiano. La suegra de Mónica, hechizada de su virtud y de su prudencia, quería tanto á su nuera, que la idolatraba. En breve tiempo fue Mónica la admiración de toda la ciudad, donde apenas se hablaba de otro asunto que de la paz que reinaba en su casa, y de la ejemplar educación que daba á su familia; elogios que la merecieron tanto concepto y tan general estimación, que en habiendo algunas diferencias ó disensiones en las casas particulares, todos acudían á Mónica para que las compusiese, siendo ella como la arbitra y universal pacificadora de toda la ciudad.
Iba creciendo mientras tanto su virtud, y singularmente la tierna devoción que profesaba á la Santísima Virgen, á quien todos los días encomendaba su familia; pidiéndola sobre todo con incesantes instancias y ruegos la conversión de su marido. Consiguióla al fin; porque haciendo Patricio reflexión á la dulzura, á la apacibilidad, al sufrimiento, á la prudencia y á todas las demás virtudes que reconocía y admiraba en su mujer, como era hombre capaz, infirió que no podía dejar de ser verdadera la religión que las enseñaba; conoció sus errores, detestólos, instruyóse bien en la religión cristiana y recibió el bautismo. ¿Quién podría explicar el gozo de nuestra Santa cuando vio ya cristiano á su marido? Con la mudanza de religión mudó también las costumbres; aquellos grandes ejemplos de virtud que por tanto tiempo había observado en su mujer, produjeron todo su efecto. Ya no era aquel Patricio colérico, altivo, furioso, disoluto, sino otro enteramente contrario; pacífico, humilde, modesto, casto, temeroso de Dios; pudiéndose llamar ésta la primera conquista de nuestra Santa. Pero el Señor la tenía reservada otra mucho más ventajosa á toda la Iglesia, que era la de su primogénito hijo Agustino, cuya conversión costó á la santa madre muchas lágrimas.
Era Agustín de poca edad cuando murió su padre; y viéndose viuda nuestra Mónica, sólo pensó en adquirir todas aquellas virtudes que pide San Pablo á las de su estado. Retirada, mortificada, recogida y casi invisible á las demás criaturas, tenía repartido todo el tiempo en sus ejercicios espirituales, en obras de misericordia, en el gobierno de su familia y en la educación de sus hijos. Había tenido tres: dos hijos y una hija, siendo el mayor de todos Agustín, que la costó tantos cuidados, tantos suspiros y tantas oraciones. Viendo la buena madre aquella viveza y fogosidad extraordinaria de su genio, comenzó á temer las más funestas resultas, especialmente cuando ni con sus consejos ni con sus reprensiones podía contener la impetuosidad de aquel natural, ni moderar la violenta pasión que le arrastraba hacia la sensualidad. Tuvo el dolor de verle precipitarse en los errores de los maniqueos, porque favorecían la torpeza y la disolución; mas no por eso desistió ni desconfió de su enmienda; antes doblando las oraciones, los ayunos, las lágrimas, las limosnas y todo género de buenas obras, para conseguir de Dios la salvación de su hijo, no cesaba de advertirle, de reprenderle y de exhortarle á que se apartase del camino de la perdición. Pero Agustín no daba oídos más que á sus pasiones; enternecíanle las lágrimas de tan buena madre, mas no apagaban el fuego de aquel corazón inflamado con el ardor de una juventud desordenada.
monicaDerramábalas Mónica noche y día en la presencia del Señor para mover su misericordia, y acompañaba las oraciones con grandes penitencias, cuando, compadecido el mismo Señor, quiso alentar su esperanza con algún consuelo. Tuvo un sueño en que se la dio á entender que al cabo se convertiría su hijo, y que se reduciría al gremio de la Santa Iglesia. No la permitía su amor perderle de vista, y así le siguió á Cartago, donde pasó á sus estudios. Cuanto más se desviaba de Dios Agustín con sus desórdenes, más se acercaba á Su Majestad la santa madre con sus gemidos, solicitando inclinar la divina misericordia con lágrimas y con oraciones. Consiguió en fin lo que deseaba con tan fervorosas ansias, y el mismo San Agustín reconoce que su conversión, según la profecía de un santo obispo, había sido fruto de las lágrimas de su santa madre. ¡En qué abismo estaba yo metido!, exclama en el cap. 11 de sus Confesiones, y Vos, Dios mió, extendisteis desde el Cielo hacia mi vuestra mano misericordiosa, para sacarme de aquellas profundas tinieblas en que estaba sepultado. Llorábame mientras tanto mi buena madre con más vivo dolor que otras madres lloran á sus hijos cuando ven que les llevan á enterrar; porque me veía verdaderamente muerto delante de Vos, y lo veía con los ojos de la fe, y con aquella luz que Vos la habías comunicado. Así, Dios mío, escuchasteis Vos sus ansias, y no despreciasteis aquellas lágrimas que derramaba á torrentes en vuestra presencia, siempre y en todos los lugares en que os ofrecía su oración. Desde entonces la oísteis benignamente, y en cierta manera la asegurasteis por aquel sueño, que sin duda la enviasteis Vos, y la sirvió de tanto consuelo, no menos que lo que la dijo aquel santo obispo, que no era posible que se perdiese para siempre un hijo que la costaba tantas lágrimas.
Pero aun no era llegado este tiempo. Aunque Agustín profesaba tierno y filial amor á su madre, hacía poco caso de su llanto ni de sus amonestaciones. Desazonado con la insolencia y mala crianza de los discípulos que le oían en Cartago, donde enseñaba retórica, resolvió embarcarse y pasar á Roma, con esperanza de que sería allí más estimado. Tuvo noticia de esto Santa Mónica, y fue grande su dolor, temiéndose que aquel viaje había de dilatar mucho la conversión de Agustín, de la cual concebía cada día mayores esperanzas; hizo cuanto pudo para estorbarle; pero Agustín se escapó secretamente, haciéndose á la vela una noche, mientras su santa madre estaba haciendo oración en la capilla de San Cipriano. Esta separación costó á Mónica gran pesadumbre, gimió en lo más íntimo de su corazón, y redobló con Dios su amorosa solicitud, sus ruegos y oraciones. Apenas llegó á Roma Agustín, cuando cayó tan gravemente enfermo, que estuvo á los umbrales de la muerte. Confiesa él mismo que debió su curación á las oraciones de su virtuosa madre. Llegó á noticia de ésta que su hijo había dejado á Roma por ir á enseñar la retórica en Milán, y al instante tomó la resolución de pasar el mar sólo por estar con él. Levantóse una tempestad tan brava y tan furiosa , que todos se daban por perdidos, siendo la melancólica y silenciosa consternación que reinaba en los semblantes el más fiel testimonio de lo que asustaba á todos el peligro; pero Mónica alentaba á la misma tripulación, y, todos se persuadieron á que debían á sus oraciones el haber escapado del naufragio.
Luego que entró en Milán supo la conversión de su hijo. Fue indecible su alegría cuando vio que ya no era maniqueo; mas faltábala para ser cabal el verle buen católico. Cuando logró esto, exclamó sin poderse contener, llena del más gozoso y profundo reconocimiento: Ahora sí, Señor, que moriré en paz, pues os habéis dignado oír las oraciones de vuestra indigna sierva. Seáis por siempre bendito Dios de misericordia, y dignaos de perfeccionar vuestra obra en la conversión de mi hijo. Aprovechó mucho su espíritu con las santas pláticas que tuvo con San Ambrosio mientras se detuvo en Milán. Usaba la Santa ciertas devociones ó ejercicios espirituales que se estilaban en África, y San Ambrosio había prohibido en su obispado; apenas llegó á noticia de Mónica la prohibición del obispo, cuando al instante las dejó; mostrando que en sus devociones no se dejaba llevar de la inclinación ni de la costumbre, y mucho menos del apego á su propia voluntad.
Habiendo resuelto restituirse á África, partió de Milán con San Agustín; y llegando al puerto de Ostia, se detuvieron en él para descansar de las fatigas del camino, esperando también tiempo oportuno para embarcarse. Un día que estaban solos madre é hijo, tuvieron una larga conversación sobre la caduca y perecedera vanidad de los bienes de esta vida, y sobre la eterna felicidad que gozan los santos en el Cielo. Mientras hablábamos de aquella dichosa vida, dice San Agustín, aspirando á ella con ardientes ansias, nos elevamos en cierta manera hasta sentirla, y hasta gustarla por medio de un lanzamiento de espíritu y vuelo del corazón; pero Santa Mónica no tardó mucho en ir á gozarla. Cinco ó seis días después cayó enferma, y durante la enfermedad padeció una especie de desmayo ó deliquio que la enajenó por algún tiempo de los sentidos. Vuelta en sí, dijo á San Agustín y á su hermano Navigio: ¿Dónde he estado yo? Habiéndolos observado muy tristes, llorosos y doloridos, añadió: Hijos míos, aquí enterraréis á vuestra madre. Y como Navigio, su hijo menor, mostrase desear á lo menos el consuelo de que muriese en su país, prosiguió la discreta Santa: ¿No veis lo que desea y lo que dice? ¿Qué importará más que mi cuerpo esté aquí ó allí después de muerto? Lo único que os pido es que, en cualquiera parte donde estéis, os acordéis de mí en el altar del Señor. Y como la hubiésemos preguntado, dice San Agustín, si no la daba alguna pena el ser enterrada en lugar tan distante de su tierra, respondió: En ningún lugar del mundo estamos lejos de Dios, y no le costará trabajo alguno hallar mi cuerpo para resucitarle con todos los demás. De esta manera, continúa San Agustín, fue separada de su cuerpo aquella alma tan llena de religión y tan santa, al noveno día de su enfermedad, á los cincuenta y seis años de su edad, y á los treinta y tres de la mía.
Luego que rindió el espíritu en manos del Criador, un joven de Tagaste, llamado Evodio, amigo de San Agustín, rezó sobre el cadáver el salmo centesimo. Es indecible el sentimiento de Agustín por esta muerte; pues aunque la consideración de la gloria que gozaba su madre reprimía las lágrimas, pero no le embarazaba el dolor. Habiendo sido llevado el cadáver á la iglesia, dice él mismo, le acompañé, y volví sin derramar una sola lágrima, porque no lloré durante los Oficios. Mientras estuvo expuesto el cuerpo antes de darle sepultura, se celebró el divino sacrificio de nuestra redención, como se acostumbra. Pareciónos que no era decente acompañar sus funerales con lágrimas y con suspiros, que sólo deben emplearse en lamentar la infelicidad de los difuntos; pero en la muerte de mi madre nada había que mereciese llorarse, pues sólo había sido un tránsito á mejor vida; de esto estábamos asegurados por la pureza de sus costumbres, por la sinceridad de su fe y por la regularidad de su vida. Y si á alguno le pareciere mal que yo hubiese llorado por algunos instantes á una madre que acababa de expirar delante de mis ojos, á una madre que me había llorado tantos años, por la ardentísima ansia que tenía de verme vivir delante de los ojos de Dios, disculpe mi ternura, y llore él mismo por mis pecados, si tiene alguna caridad.
Aunque estaba muy persuadido San Agustín á que el Señor había concedido á su santa madre la gloria que le pedía incesantemente en sus fervorosas oraciones, nunca dejó de ofrecer por ella el santo sacrificio de la Misa, como la misma Santa se lo había encargado á la hora de la muerte, y del cual había sido tan devota durante su vida, que todos los días asistía á él con la más tierna devoción; y, no contento con esto, pidió á todos los sacerdotes amigos y conocidos suyos que se acordasen en el altar, así de Mónica como de su padre Patricio. Desde que murió esta Santa, se hizo memoria de ella con singular veneración en toda la Iglesia. Consérvanse algunas reliquias suyas en la abadía de Arovaisa en Roma, como también en otras partes, y en todas con singular devoción.
(P. Juan Croisset, S.J.)