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LA VISITACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN.

En la fiesta de hoy recordamos que «la Santísima Virgen, llevando en su seno al Hijo, va a casa de su prima Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la misericordia de Dios Salvador» (Pablo VI, Marialis Cultus 7).

Es una escena llena de simbolismo: María lleva en su seno al Mesías y se encuentra con Isabel que lleva también en el suyo al Precursor. Un diálogo entre dos mujeres llenas de Dios, que representan al Antiguo y al Nuevo Testamento. Y un encuentro entre el Mesías y su Precursor. Más aún, entre Dios y la humanidad.

Esta fiesta, a pesar de que se inspira en el evangelio, entró bastante tarde en el calendario: la difundieron los franciscanos en el siglo XIII. Antes de la actual reforma, se celebraba el 2 de julio, pero en la fecha actual se adapta mejor al relato del evangelio, situándose antes del nacimiento de san Juan, que recordaremos el 24 de junio.

Durante el Tiempo Pascual, como primera lectura proclamamos la de Pablo. Si la fiesta cae ya fuera de la Cincuentena, podríamos elegir como primera lectura, los años impares, la de Sofonías, y los pares, la de Romanos.

Sofonías 3,14-18: «El Señor será el rey de Israel en medio de ti» El profeta Sofonías invita a la alegría, al júbilo, a la confianza, porque los planes de Dios son planes de perdón y liberación, a pesar de la triste historia de Israel. El motivo es que «el Señor en medio de ti, es un guerrero que sal va».

Dios está cerca de los suyos y quiere su salvación.

La lectura se ha elegido para la fiesta de hoy porque ahora es María el verdadero Templo viviente, que lleva en su seno al Mesías y va comunicando a toda su alegría. Este pasaje lo leemos también en el Adviento, pocos días antes de la Navidad, pues vemos en María la presencia del Dios-con nosotros.

El poema de Isaías que hoy cantamos como salmo de meditación, prolonga esta lectura profética: «Gritad jubilosos, habitantes de Sión: ¡qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!». Así como la página del Cantar de los Cantares que leemos en el Oficio de Lectura sobre la «llegada del amado» (Ct 2,8-14; 8,6-7).

Romanos 12,9-16: «Contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios: practicad la hospitalidad»

La página de Pablo está seleccionada con una intención más de tipo moral, recogiendo la lección de hospitalidad y amable servicialidad que nos da María de Nazaret en su visita a Isabel.

El apóstol traza un cuadro ideal de la vida de comunidad. Junto a la oración y la esperanza, insiste, sobre todo, en el amor fraterno, la generosidad en la ayuda mutua, la hospitalidad, la solidaridad con los que lloran y con los que ríen, el saber perdonar y bendecir a todos.

Lucas 1,39-56: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? «

Apenas ha recibido de Dios, por boca del ángel, el anuncio de su maternidad mesiánica, María de Nazaret se siente movida por el Espíritu a viajar hasta la casa de su prima, solidarizarse con la alegría que debe tener Isabel por su esperada maternidad, tanto más gozosa cuanto más tardía, y a prestarle su ayuda en esos momentos. Está llena de Dios y por eso se muestra tan servicial.

Las dos mujeres protagonistas de la escena, dos mujeres sencillas, del pueblo, llenas de fe, tienen intervenciones admirables. Isabel, movida por el Espíritu, formula con humildad una pregunta: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». María prorrumpe, a su vez, en uno de los mejores himnos de la Biblia, que cantamos diariamente en el rezo de Vísperas: el Magníficat.

En el Magníficat, la Virgen canta agradecida a Dios por lo que ha hecho con ella y, sobre todo, por lo que ha realizado y sigue realizando por Israel, su pueblo, con el que se solidariza plenamente. Este himno, que probablemente proviene de la reflexión teológica y orante de la primera comunidad, y que es un estupendo resumen de la actitud religiosa de Israel y de la Iglesia, Lucas lo pone muy acertadamente en labios de esta humilde muchacha, María, la primera cristiana, la que mejor expresó su disponibilidad total al plan de Dios.

Este evangelio lo leemos también el 21 de diciembre, preparando la Navidad, y en el domingo IV de Adviento en el año C.

Las lecturas y oraciones de la fiesta de hoy -incluidas la página del Cantar de los Cantares y las antífonas, llenas de poesía, de la Liturgia de las Horas nos ayudan a entender el sentido que tiene el acontecimiento para nuestra vida.

Esta fiesta está llena de sencillez y ternura, y nos resulta a la vez familiar y de profundidad teológica.

Ante todo, María aparece como la portadora de Cristo. La presencia salvadora del Mesías es la que produce la alegría de todos los protagonistas de la historia: la de Isabel, la de Juan en su seno, la de María que alaba a Dios y la de cuantos celebramos la fiesta y la llamamos bienaventurada, felicitándola. Es la alegría a la que invita la lectura del profeta Sofonías: «Regocíjate, hija de Sión, alégrate, Jerusalén». El motivo es el mismo: «El Señor está en medio de ti y ya no temerás: él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo». Después de la venida del Mesías al seno de María, todavía con mayor motivo.

Ahora somos nosotros, la Iglesia, cada uno de los cristianos, quienes tenemos encomendada la misión de evangelizar al mundo, o sea, transmitirle la alegría de la presencia salvadora de Cristo. Primero, sabiéndole descubrir nosotros mismos presente en la vida, en la Palabra, en los Sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. Y luego, comunicando a los demás nuestra fe.

La actitud de alabanza con la que María entona su Magníficat debe ser contagiosa para los cristianos: debemos contemplar, admirar y dar gracias a Dios por lo que ha hecho por nosotros. Debemos saber «cantar sus maravillas durante toda nuestra vida», como pide la oración.

En la oración de después de la comunión encontramos una buena definición de lo que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía: «Que tu Iglesia te glorifique, Señor, por todas las maravillas que has hecho con tus hijos».

Eucaristía significa acción de gracias. Su oración central, la Plegaria Eucarística, es la mejor alabanza que elevamos eclesialmente a Dios, conscientes de que este momento de la Eucaristía es el que con mayor densidad nos hace experimentar su cercanía: «Haz que tu Iglesia lo perciba (a Cristo) siempre vivo en este sacramento».

Hoy es un día en el que, con mayor motivación que nunca, podemos proclamar la Plegaria Eucarística, y también recitar despacio el Magníficat, en unión con la Virgen. Lo podríamos hacer después de la comunión, o en nuestra oración personal, a lo largo del día, y sobre todo cantarlo al caer la tarde en la celebración de Vísperas, con una monición que nos motive a proclamarlo como si fuera la primera vez que suena, imitando el gozo interior de María.

De la escena evangélica, y de las recomendaciones de Pablo, nos llega también la invitación a una actitud de servicio. María de Nazaret, llena del Señor, sale de sí misma y se pone en camino, yendo a casa de su prima, que seguramente agradecerá una mano amiga en las labores de casa. La «llena de gracia» corre a comunicar su alegría a los demás. El amor de Dios se traduce en un gesto de amor al prójimo; la alegría mesiánica, en ayuda fraternal concreta.

¿Somos capaces de «visitar» a los demás, de salir de nosotros mismos, de situarnos en su punto de vista, de compartir con ellos nuestra vida y ofrecerles nuestra ayuda? Y, cuando lo hacemos, en el ámbito familiar, comunitario o social, ¿sienten los demás la presencia de Dios, la alegría y la esperanza de su cercanía, porque ven que nuestra caridad es sincera? Lo que Dios nos ha dado gratis, ¿lo damos también gratis a los demás? ¿Estamos dispuestos a tender una mano al que necesita de nosotros?

Esto lo debemos hacer no sólo en las ocasiones solemnes, sino en el quehacer de cada día: llorando con los que lloran, como decía Pablo, riendo con los que ríen, practicando de corazón la hospitalidad. Entonces sí que se creará en torno nuestro un clima de esperanza y todos podrán experimentar la presencia salvadora del Señor en medio de nosotros.

María de Nazaret nos da hoy un luminoso ejemplo de unión con Cristo, de alegría esperanzada y de espíritu misionero y comunicador, de alabanza a Dios en su oración y de caridad solícita con los demás. A la vez que la celebramos como la llena de gracia, aprendemos de ella sus mejores actitudes hacia Dios y el prójimo.

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La Ascensión del Señor //Proselitismo

“Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 18-20)

Hay dos modos de ser enviados: yéndose a otro lugar o permaneciendo en el mismo sitio, pero de otra manera. A todos nos dice el Señor: Id y predicad para hacer cristianos. En la encíclica Redemptoris missio, Juan Pablo II insistía en que no basta con el buen ejemplo o en dar criterios cristianos, es necesario convertir a las personas, hacer cristianos.

El proselitismo no es una posibilidad conveniente, sino un mandato de Cristo a cada cristiano. Porque es necesario que las personas crean y se bauticen, es decir, conozcan bien la doctrina cristiana y vivan la radicalidad del evangelio. El proselitismo es también necesario para que el Reino de Cristo crezca y todos los hombres de Toda raza, pueblo y barrio alaben a Dios con sus vidas como se debe alabar a Dios.

Pero es también una exigencia de la vida cristiana: si no se llega ahí, al corazón de las personas y se les plantea el sentido profundo de sus vidas, el apostolado será algo superficial, que no compromete del todo a quien lo hace.

El gran obstáculo del proselitismo no son las dificultades exteriores: los doce apóstoles al evangelizar no hicieron encuestas, ni un estudio sociológico del ambiente, sino que hablaron de Cristo sin ambages, sin detenerse ante lo que pudieran decir.

El gran obstáculo del proselitismo está en uno mismo, y es el miedo a tocar temas comprometidos porque se teme que los demás sabrán que uno practica su religión y cómo piensa sobre los grandes temas.

Ese miedo a quedar mal es cobardía y pereza. Triste espectáculo, porque una de las cosas más grandes que podemos hacer en esta vida es acercar a los demás a Cristo para que, conociéndole, le sigan.

Señor, perdona mis cobardías y mis perezas. Desde ahora quiero obedecerte y hablar de Ti a las personas que Tú esperas que hable.

Jesús Martínez García

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Solemnidad de la Ascensión del Señor.

Hoy nos reunimos para celebrar la fiesta y la gran solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. En esta celebración vemos resumida toda la vida de Jesús: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso. Pero también nos dice que permanece con nosotros en los sacramentos y nos deja su Evangelio. Hoy nos va a recordar tres cosas muy importantes: la misión, la promesa y la confianza de que Él está siempre, siempre con nosotros. Escuchemos con atención el Evangelio que nos hace san Mateo en el capítulo 28, versículo 16 al 20:

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Lc 1,26-38

Querido amigo, después de resucitar Jesús, de estar con sus discípulos, de darles tranquilidad, de darles fuerza, de insuflarles su Espíritu, asciende al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Pero sus discípulos no se quedan solos, no van a permanecer huérfanos, más adelante serán bautizados con su Espíritu Santo y les dará fuerza para predicar la buena noticia, el Reino, hasta los confines del mundo.

Es más, les dice que no les abandonará, que nunca estarán solos, que todos los días hasta el fin del mundo estará Él. Hoy, en este texto, se nos recuerda la gran misión que inició Jesús y que quiere que continuemos, quiere que organicemos, que trabajemos por otro tipo de mundo más humano, más cercano, más evangelizado, más llenos de Dios, pero siempre mirando al cielo porque sabemos que Él nunca, nunca nos va a fallar.

San Mateo nos ofrece al final de la vida de Jesús este lugar significativo, Galilea, donde el Señor había comenzado su misión, en un monte, donde siempre se había congregado y allí, para finalizar su misión, reúne a sus discípulos, aunque ya muchos estarían dispersados por la Pasión y por la muerte de Jesús, pero quiere fortalecer su fe vacilante y desconcertada y cuando están allí, les deja la misión, la promesa, el testigo: “Id por el mundo y proclamad todo lo que Yo os he enseñado, consagrando a todos los hombres y bautizándoles”. Esta es la misión, querido amigo, que a ti y a mí nos encomienda Jesús y que se nos presenta con exigencia, con una exigencia de vivir una fe sólida y fuerte en nuestra vida de cristianos.

Tenemos que aceptar la misión que Él nos da: Jesús nos envía al mundo, al mundo donde trabajamos, al mundo donde vivimos, pero no nos retira del mundo, viene Él con nosotros, pero siempre mirando al cielo.

Querido amigo, esta solemnidad de la Ascensión del Señor es un recuerdo gozoso que nos encomienda el Señor: testimoniarle donde estemos. La fiesta del compromiso, la fiesta de la esperanza. Un compromiso de hacer presente a Jesús en nuestra vida, que sea la solución de nuestro entendimiento difícil de lo que nos sobrepasa, que seamos pequeños radios de acción donde estamos en el entorno de cada día, que vivamos con ojos y corazón la espera de Jesús. Esta es la misión y el compromiso de hoy.

¡Cuántas veces tenemos que pedirle al Señor perdón porque no somos ágiles en la misión! Pero le damos gracias porque Él va con nosotros, Él está siempre a nuestro lado, Él quiere que le veamos, que estemos con Él siempre. Y verle en la Transfiguración y verle en la Ascensión. Somos hombres humanos con mirada de cielo. Que no impidamos a nadie llegar a esta vida con nuestro testimonio y que seamos esa bienaventuranza feliz por donde vayamos porque anunciamos el Reino. Cómo hoy dice el salmo: “Portones, ¡alzad los dinteles!, ¡que se alcen las antiguas compuertas! ¡Va a entrar el Rey de la gloria, ese es el Rey del Universo!”. Y en la tierra Tú te quedas para quitarnos nuestras dudas y llenarnos de alegría, quitarnos nuestras tristezas y quitarnos todo lo que nos preocupa.

¡Aclamemos hoy al Señor que sube! Pero tengamos la confianza de que Él está siempre con nosotros. Unámonos al salmo de hoy: “¡Pueblos todos, batid palmas!

Aclamad a Dios con gritos de júbilo, porque Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas. ¡Tocad para Dios, tocad! ¡Tocad para nuestro Rey, tocad!”.

Con gozo, con alegría, entramos en este encuentro y sentimos el compromiso y el deseo de Jesús hoy para que lo vivamos profundamente. Él nos da todo el poder y nos dice: “Id y haced discípulos míos”. Vamos a pedir a la Virgen que nos dé esa fuerza, la Madre de la Esperanza, la Madre de la fuerza, la Madre de la misión. Con ella nos unimos con gozo y… “hombres de Galilea, varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?”. La vida en la tierra, pero los ojos y el corazón en el cielo…

Querido amigo, disfrutemos de esta fiesta y pensemos y reflexionemos en el compromiso de Jesús para poderlo glorificar y para poder ser testigos, como Él quiere, en todos los lugares del mundo donde trabajemos y estemos.

¡Que así sea, querido amigo!

FRANCISCA SIERRA GÓMEZ

 

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6º Domingo de Pascua// Si me amáis, guardaréis mis mandamientos

Estamos dentro de este marco de la Pascua de Resurrección, en el 6º Domingo de Pascua ya. El clima de la resurrección se respira continuamente y la palabra de Dios, la palabra de Jesús nos exige alegría, pero reflexión. Escuchemos con atención el texto de Juan, capítulo 14, versículo 15 al 21, donde Jesús se sigue desahogando con estas preciosas palabras:

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. Jn 14,15-21

 

Hoy continuamos en la misma escena que el domingo anterior. Jesús está en el Cenáculo, se está despidiendo de sus discípulos y se está desahogando, como decíamos el domingo anterior. Y continúa ese discurso que narrábamos ya en el otro domingo: les anima, les da una promesa espléndida, no los quiere dejar desamparados, les envía el Espíritu Santo, se lo promete. Jesús, en su ausencia, les muestra su amor guardando sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, los cuales se cifran en un solo precepto. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”. 

Y después les dice que les va a enviar el Espíritu, el Paráclito de verdad,  porque a Él, a Dios nadie le ha visto jamás, pero Él está con su Padre y Él se quiere dar a conocer en el Espíritu, el Espíritu de verdad, el alma de la Iglesia, la presencia de Jesús, que es el que transforma nuestra vida, nuestra realidad, el que nos ayuda a superarnos, el que nos ayuda a pasar la tentación, el sufrimiento, el que nos conforta, el que nos hace vivir gozosos, el que nos hace estar en la alegría, el que nos hace tener los frutos de su Espíritu, que son la caridad, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la templanza. Es el Dador de vida. Él nos muestra el camino y nos dice cómo es “dador de vida”, cómo es la fuerza que nos alienta y que nos ayuda. Y quiere que lo hagamos con las obras, lo tenemos que demostrar con las obras. 

Hoy Jesús nos pide en esa confidencia que si le amamos guardemos los mandamientos. Él sabe que es difícil también, Él sabe que nos mantenemos débilmente en la fidelidad, pero sabe también que nuestro camino es bueno, satisfactorio, si estamos con Él y que nos ayuda por medio de su Espíritu, que no nos deja abandonados, que nos señala cómo tenemos que hacer. Aunque no lo veamos, Él está siempre, su presencia está, su fuerza está. 

Por lo tanto, querido amigo, tenemos que cuestionarnos hoy nuestro modo de vivir, tenemos que ver si es coherente con la vida de Jesús, si su palabra se cumple, si guardamos sus mandamientos, si nos llenamos de esperanza, si nos llenamos de paz. Él nos da la buena noticia, pero quiere que seamos testigos, quiere que demos testimonio donde estemos. Él es la razón de nuestra esperanza, Él nos promete la paz, la vida, la alegría, pero es necesario practicar sus mandamientos. Si así no lo hacemos, nunca podremos tener su Espíritu y su fuerza.

Sabe que a corto plazo volveremos a Él, cuando nos veamos mal, cuando nos sintamos abandonados, cuando sintamos dificultades, pero Él nunca, nunca nos va a dejar, su presencia está siempre ahí.  Querido amigo, reflexionemos sobre todos los textos de hoy, sobre todo lo que Él nos dice: “Si me amas, guarda mis mandamientos. Yo te daré el Espíritu. El mundo no te lo va a dar, pero Yo sí. Nunca te voy a dejar. Me verás, me encontrarás si aceptas y si amas lo que Yo te digo”. Querido amigo, vamos a pedirle a Jesús hoy que nos olvidemos de nuestros desamores, de nuestras faltas de cariño, de nuestra no-entrega, de nuestro no tener el Espíritu suyo, que aceptemos y guardemos lo que Él nos dice. Y le damos gracias por este anuncio, por estas confidencias a ti y a mí, personas débiles e infieles, pero que nos quiere tanto, que nos ama tanto.  

Vamos a darle gracias por esto, vamos a pedirle que nos ayude a cumplir lo que Él nos dice. ¿Y [qué] es lo que Él nos dice? El amor, la fe, la alegría. Todo esto tenemos que aprender y llenar nuestra vida para ser felices con Él. Es el camino del amor, es la felicidad de estar con Él, es la felicidad de sentirnos queridas por el Señor y dador de nuestra vida. Recojámonos en plena oración, atendamos a nuestra vida interior y ver si languidece, se atrofia o realmente estamos escuchando esa voz del Espíritu que nos dice: “Os doy un mandamiento nuevo. Si lo guardas, vivirás mi amor”.

Se lo vamos a pedir a la Virgen con toda intensidad, que nos ayude ella a cumplir, a vivir esto que Él nos dice y este mensaje de amor que nos quiere dar, para que no nos sintamos solos en el camino, para que no nos llenemos de tristeza y nos llenemos de paz, de alegría y de esperanza, que son los dones de la Resurrección.

¡Gracias, Jesús! ¡Gracias, Jesús, por todo!

¡Que así sea!

FRANCISCA SIERRA GÓMEZ