Publicado en AMOR, Comunicación, CONFIANZA, CORAZÓN, DIOS, ESPERANZA, TERNURA, TRISTEZA, VIDA

Callar es amar!!

¿Cuántas veces tenemos ganas de decir, de criticar, de negar, de oponernos, de resistirnos, de imponer nuestro particular punto de vista? Es como un fuego interior, irresistible, el que nos grita. ¡No puedes dejar las cosas así! ¡Es que te están tomando de tonto! En muchas ocasiones, estos impulsos están motivados por el amor propio, mejor dicho, el egoísmo que nos invita a no quedar jamás sin poner la última palabra o dejar en claro que no estamos de acuerdo. 
POPE: FRANCIS PRAYS AT ROME'S SANTA MARIA MAGGIORE
Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre, más difícil todavía. ¿Y en que medida conocemos realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si hubiera sido capaz de guardar silencio! 
Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel protagónico” bien cubierto. 
Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio, sabiendo que El lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Que hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo interior? Nadie, sólo Dios los ve. 
A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el mundo de modo muy distinto. El quiere que le demos sacrificios interiores, que vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo, que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo. 
El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan sobre todo en todo momento? 
Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad. Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y El se hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno. 
Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar, esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor, enséñanos a callar, a esperar, a amar.
Autor: Reina del Cielo
 
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El que me recibe, recibe al que me envió

San Juan 13,16-20
Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió».
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Leer el comentario del Evangelio por : Santa Teresa del Niño Jesús (1873_1897) carmelita, doctora de la Iglesia
«…todo el que reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo, y, al recibirme a mí, recibe al que me envió.» (Jn 13,20)
Ser tu esposa, oh Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de las almas, debiera bastarme…No es así… Ciertamente, estos tres privilegios constituyen mi vocación: Carmelita, Esposa y Madre. Sin embargo, siento en mí otras vocaciones: siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. Siento, en una palabra, la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas acciones…
A pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas, como los profetas, los doctores. Tengo la vocación de apóstol… Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre, y plantar sobre el suelo infiel tu cruz gloriosa. Pero, oh, Amado mío, una sola misión no me bastaría. Desearía anunciar al mismo tiempo el evangelio en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas… Quisiera ser misionera, no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la consumación de los siglos…
Oh, Jesús mío ¿qué responderás a todas mis locuras…¿Hay, acaso, un alma más pequeña, más impotente que la mía?… Sin embargo, fue precisamente esta mi debilidad la que te movió, Señor, a colmar mis pequeños deseos infantiles, y la que te mueve hoy a colmar otros deseos míos más grandes que el universo… Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra, que el amor es eterno… Por fin, he hallado mi vocación. Mi vocación es el amor.
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CORAZON DE AMIGO

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Un amigo vale mucho,
Tú, Señor, vales TODO
Un amigo es un confidente;
Tú, Señor, eres la CONFIDENCIA
Un amigo es una amistad;
Tú, Señor, eres la FRATERNIDAD
Un amigo aporta alegría;
Tú, Señor, eres la ALEGRIA
Un amigo escucha;
Tú, Señor, eres la ESCUCHA
Un amigo espera;
Tú, Señor, eres la ESPERANZA
Un amigo es paciente;
Tú, Señor, eres la PACIENCIA
Un amigo es leal;
Tú, Señor, eres la LEALTAD
Un amigo es un pañuelo;
Tú, Señor, eres el CONSUELO
Un amigo es un silencio;
Tú, Señor, eres la CALMA
Un amigo es una palabra;
Tú, Señor, eres la VERDAD
Un amigo es garantía;
Tú, Señor, eres el FUTURO
Un amigo es seguridad;
Tú, Señor, eres la FORTALEZA
Un amigo es vida;
Tú, Señor, eres la VIDA
Un amigo es ánimo;
Tú, Señor, eres el EMPUJE
Un amigo es compañía;
Tú, Señor, eres la eterna PRESENCIA
Un amigo no falla;
Tú, Señor, nunca FALLAS.

Autor: Padre Javier Leoz
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Paciente y humilde de corazón…

San Mateo 11,25-30
En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana».
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Leer el comentario del Evangelio por : San Agustín (354_430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia
«Padre, proclamo tu alabanza.»
Se nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo (Sal 149,1) El hombre nuevo conoce este cántico nuevo. El canto es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.
«Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis, Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: «Cantad al Señor un cántico nuevo.» Preguntáis ¿qué es lo que vais a cantar de aquel a quién amáis? Ya lo habéis oído: «Cantad al Señor un cántico nuevo». Preguntáis ¿qué alabanzas debéis cantar? «Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.» La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.