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Cuando te digo: «Quiero hacerte feliz»

0_80678_acb41885_LDesear el bien es desear felicidad. Desear el bien para otra persona es buscar su felicidad. Haremos esta reflexión en la forma directa, como si un novio o una novia lo estuviera diciendo: “Cuando me preguntan por qué me caso contigo, lo primero que me viene a los labios es “porque quiero hacerte feliz”. Pero, enseguida reflexiono más en profundidad y me viene la pregunta: “¿qué significa hacer feliz a una persona?”. En nuestro caso “¿cuál es la felicidad que te prometo y para cuya consecución me comprometo para toda la vida?” Sé que tengo que superar un modo de ver meramente pragmático, fruto, como nos dice el Papa, del positivismo agnóstico y utilitarista de nuestro tiempo, que es incapaz de reflexionar “metafísicamente”. Tengo que llegar al misterio de tu persona. Yo sé que hay felicidad y felicidades. Un vestido nuevo, un viaje, los hijos, nuestra vida conyugal… constituirán momentos de felicidad y en nuestro matrimonio buscaremos estas cosas. Sin embargo, yo sé que estas felicidades nunca te harán feliz totalmente, definitivamente. Hay algo en ti que no se llena con nada de lo que es creado, finito, limitado, temporal. Tú tienes una capacidad infinita y yo quiero que se te llene. Sigue siendo verdad lo que San Agustín decía después de haber disfrutado muchas cosas: “Tú, Señor, nos hiciste para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”. Esto te lo aplico también a ti.
Es la felicidad completa la que quiero para ti. Esto es el objetivo último de mi compromiso: el bien total y definitivo de tu persona. No busco que estés bien… sino que busco tu bien, y el Bien Total. Esta es la meta a largo plazo que tomo como compromiso y a la que prometo ser fiel. Prometo hacerte feliz, sí, pero no sólo con las felicidades pasajeras y necesariamente limitadas de todos los días, sino que quiero alcanzarte la Felicidad con mayúscula.
Yo sé que no soy capaz de darte esta felicidad total que anhelas, pues yo también la busco, yo también soy mendigo de ella. Entonces, ¿qué te puedo ofrecer? Me comprometo a acompañarte en el camino y en la búsqueda de esa felicidad que nada ni nadie te podrá quitar.
Eres una persona, amada por Dios por ti misma; yo también te quiero en la totalidad de tu ser; quiero tu bien total. Por eso, te quiero para siempre, para toda la vida, hasta que alcances tu meta. Para mí, este ideal vale la pena y las penas que pudiera implicar. Por eso me atrevo a decirte: «en lo próspero y en lo adverso». Con esa expresión te estoy diciendo que te amo tanto que quiero tu bien total y te prometo fidelidad hasta que lo logres. Ni siquiera la adversidad me hará renunciar a este amor, a este objetivo, a este compromiso.
Si la pareja se ama así, con esta profundidad, tendrá fuerzas para superar las dificultades. En la vida, cuando tenemos una gran meta, los problemas se hacen más llevaderos y mas relativos. Así es también en el matrimonio. La pareja que tiene una meta, un objetivo suficientemente grande como para justificar los sacrificios del camino, encontrará razones para ser generosa. En el caso del matrimonio es la felicidad total de la persona amada lo que justifica los sacrificios que exige el don de sí mismo. Ser capaz de un amor así es la prerrogativa del ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios. En este don de sí mismo encuentra su propia plenitud también, pues no hay mayor realización que amar de esta manera.
La fidelidad a ese don exige renovarse todos los días. La fidelidad es una permanente creación: es sentir siempre la frescura del primer amor.
El hombre es, en cierta manera, un ser condenado a crear. La creación es para él una obligación igualmente en el terreno del amor. Con frecuencia el verdadero amor no llega a formarse a partir de materiales prometedores de sentimientos y de deseos. Sucede incluso lo contrario cuando materiales modestos producen a veces un amor verdaderamente grande […]. Pero semejante amor no puede ser sino obra de las personas y de la gracia […] participación escondida del Creador invisible que, siendo El mismo amor, tiene el poder, a condición de que los hombres colaboren, de formar todo amor […]. Por lo cual el hombre no se ha de desalentar si su amor sigue caminos tortuosos, porque la gracia tiene el poder de enderezarlos.
Autor: Padre Michael Ryan Grace, L.C
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“Todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo»

Evangelio según San Mateo 18,15-20.
Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos».
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Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). «Consta que también el colegio de los Apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 18,18; 28,16-20)» (Vaticano II LG 22)
La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» […].
Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: «Hijo, tus pecados están perdonados» (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Catecismo de la Iglesia Católica.
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EL ARTE DE LA COMUNICACIÓN (I)

El Señor dotó al ser humano con dones, virtudes, inteligencia, lenguaje y gestos. Parte de la esencia del ser humano es ser comunicativo y la expresión humana ha sido y es uno de los grandes logros del hombre. Dios quiere que todos los seres humanos se comuniquen y entren en comunión con los demás.
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La comunicación es un arte que se debe aprender para poder relacionarse mejor con los demás. Dialogar implica revelar y expresar pensamientos y sentimientos, con confianza y deseos de lograr una comunicación profunda, para llegar a una comunión con los demás.
Todos los seres humanos son importantes y sus experiencias, por ser parte de su ser, pueden enriquecer a los demás. Hay que darles su sentido auténtico y expresarlas. Por eso, cuando usted se reprime, le hace un daño tremendo a su propio ser. Es importante aprender a dialogar. La falta de comunicación convierte al ser humano en una auténtica isla.
Cada ser humano tiene su historia personal de éxitos y fracasos, ilusiones y tristezas, amor y soledad. A cada persona le gustaría transmitir todo lo que le ha sucedido en la vida a otros, pero posiblemente está reprimida por la desconfianza y el miedo o por creer que lo suyo realmente no tiene importancia y mucho menos interesará a los demás.
Cuando se descubre que detrás de todas las fronteras que se crean está la presencia original, irrepetible, única e increíblemente maravillosa de un ser humano, las cosas cambian y se produce la comunicación. Por eso, es importante dominar perfectamente el arte de la comunicación para que su vida en general, así como su convivencia matrimonial y familiar, mejore notoriamente.
Queremos señalar algunos elementos que ayudarán a aprender y desarrollar el arte de la comunicación. Recuerde que toda persona es un ser humano. Si usted quiere dominar el arte de la comunicación, la primera norma es aprender a pensar que todas las personas que se comunican con usted son seres humanos. Además de ser humano, esa persona también puede ser mecánico, policía, barrendero o médico. Pero sea consciente de que esa persona que se encuentra y habla con usted tiene toda la riqueza de dones, valores, potencialidades e inteligencia que Dios le concedió y por eso es un ser único e irrepetible.
Muchas veces, las funciones de las personas ocultan lo que en verdad son, pero ciertamente no son máquinas ni robots. A las personas les ponen etiquetas debido a su clase social, así como a su filiación con un partido político o porque pertenecen a un grupo religioso o algún club social. Pero nunca se debe olvidar al ser humano que está detrás del papel que éste desempeña, sea su emplea-do, su jefe, el policía del barrio, el presbítero, el vendedor de la tienda, su cónyuge, sus hijos, padres o abuelos.
Recuerde que detrás de cada persona hay un ser humano que merece dedicación, respeto y atención. No respetar a una persona es despreciar al mismo Dios que la creó.
Las personas se comunican porque tienen algo que decir.
Cada persona a la que usted se acerca tiene algo de sí que desea entregar a través de la comunicación. En toda comunicación, usted puede salir notablemente beneficiado porque la persona ofrece un poco de sí misma y esto lo puede enriquecer muchísimo a usted.
       Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
       Sitio Web: Un mensaje al corazón